En días anteriores, la comidilla del pueblo (léase redes sociales) difundió rumores y comentarios de todo orden sobre la crisis por la que atraviesa el periódico El Comercio, el decano de la prensa capitalina y uno de los más antiguos del Ecuador. Incluso algunos columnistas de la prensa digital abordaron el asunto según diversas perspectivas, desde la reflexión serena y la solidaridad hasta la celebración maliciosa camuflada de opinión o comentario especializado.

No conozco los interiores de la crítica situación del diario, sino desde afuera, y ello no me autoriza para emitir juicios de valor ni conclusiones. Solamente debo expresar mi pesar por la situación de los colaboradores que perdieron su trabajo y mi preocupación por sus familias, junto con mi deseo de que encuentren una alternativa inmediata. Además, espero que El Comercio pueda encontrar el mejor camino hacia su reconstitución, para que cumpla su función de información, investigación y opinión crítica.

Empecé a leer el diario El Comercio a los 7 años de edad, cuando mi padre nos lo traía al mediodía que volvía de su trabajo para el almuerzo. Inicialmente me interesaba solo por las tiras cómicas, desde los gags de Lorenzo Parachoques hasta las aventuras del detective Rip Kirby. Luego fue la página de los cines, las noticias deportivas, los artículos de divulgación científica, el suplemento dominical Hablemos... y las noticias, claro. Aprendí muchas cosas en sus páginas, sobre todo palabras nuevas y sentidos diferentes. Recién al final de mi adolescencia decidí, algún día, saber de qué se trataba la página editorial. Por suerte y al azar elegí empezar con un texto de Raúl Andrade, y quedé capturado por la elegancia de su pluma y su agudeza. Desde entonces, estimo un diario por su página editorial, en primer lugar. Lo hice con otros matutinos quiteños, El Tiempo y Hoy, cuyas desapariciones constituyen una pérdida para todos los ecuatorianos.

Casi no hay periódico malo, casi. En primer lugar, porque la prensa escrita se sostiene en la función de la palabra y la potencia de la escritura, puesto que “la escritura es un hecho perturbador por su carácter metafórico: rompe órdenes y establece otros, es lo Otro por excelencia…” como escribe Noé Jitrik en un texto imperdible. La escritura establece la diferencia entre la capacidad subversiva de romper órdenes versus el gesto histriónico de romper periódicos para el aplauso del público. En todo periódico hay valor potencial de pensamiento, incluso si usamos los viejos para madurar aguacates o envolver adornos. Por otro lado, la prensa escrita refleja los valores y tradiciones de los pueblos, tanto como sus problemas y desafíos. Por todo ello, la prensa escrita es insustituible, incluso si deja de ser impresa y pasa al formato digital de acuerdo con los tiempos.

Me molesta que se festeje “la caída de El Comercio”, es un gesto miope y cavernario, sobre todo si se disfraza de “análisis”.

El diario El Comercio forma parte de mi introducción a la cultura y agradezco por ello. Deseo que resuelva sus dificultades y, sobre todo, que los colegas cesantes encuentren rápidamente un buen trabajo. (O)