El bicentenario de la batalla de Pichincha casi pasó desapercibido. Como ocurrió con el bicentésimo aniversario del Primer Grito de Independencia, una fecha que no entendía la dictadura entonces gobernante, y con la Independencia de Guayaquil, que coincidió la emergencia planetaria provocada por la pandemia. Así podemos decir que nos quedamos sin festejo por los doscientos años de nacimiento del Ecuador. Esta triple celebración demuestra que la creación de la república no fue un hecho singular, sino que requirió de un complejo proceso, a lo largo del cual el concepto del ser ecuatoriano se forjó en derrotas y victorias, en diferencias y coincidencias, en una maduración que no ha terminado. Así lo han demostrado los sucesos justamente de este año bicentenario, como el levantamiento indígena y la retoma de la idea federalista, ambos deben ser tomados con seria consideración, quienes pretendan ignorarlos solo demostrarán que no entienden la historia.

Para comprender nuestro difícil momento resulta aclarador ver qué ocurría en estas tierras exactamente hace doscientos años. Ayudará en esa tarea nacional la edición del libro titulado, escuetamente, 1822, una novela histórica de Íñigo Salvador Crespo, escritor, quien sé que entenderá mi intención al denominarlo, escuetamente, con esa honrosa palabra. La cuidadosa investigación que se percibe detrás de las líneas de este volumen habría sido suficiente para escribir un texto de historia pura y dura, pero Salvador ha preferido recurrir a este género literario en el cual ya ha trabajado. Pero quizá más que esa experiencia lo que le impulsa a optar por el relato es la posibilidad de expresar situaciones más vividas y de involucrarse más vitalmente en la trama.

La cuidadosa investigación que se percibe detrás de las líneas de este volumen habría sido suficiente para escribir un texto de historia pura y dura...

La narración arranca a mediados de 1821 y se mantiene fiel a la cronología de los hechos, aunque cuando es indispensable recurre a analepsis o saltos retrospectivos que permiten explicar mejor los hilos que convergen en la ocasión del 24 de mayo. Asistimos a las tensas negociaciones entre la junta de Guayaquil y Sucre, representante de Bolívar, que presiona por la incorporación expresa del puerto ecuatoriano a Colombia, mientras en el horizonte aparecen las intenciones de San Martín y del Perú de incorporarse la ciudad. El autor mima a un personaje, que resulta de esta manera el más humano y el más novelístico del libro: Abdón Calderón. Rescata de la leyenda esta figura que representa integralmente al país, de estirpe guayaquileña, nacido en Cuenca, muere en la liberación de Quito, enrolado en un cuerpo que formaba bajo la bandera nacional celeste y blanco. La introducción de un episodio erótico lo devuelve a la ficción sin por ello perder su condición de héroe. Salvador es duro con las actitudes y acciones de los contingentes sureños, es decir, peruanos, bolivianos y argentinos, que en su descripción quedan al borde de la traición. En cambio, aunque sucintamente, está narrada con verdad la maniobra con la que Bolívar se apodera definitivamente de Guayaquil y la indignación que este proceder despierta en Olmedo y otros próceres, algunos de los cuales se asilarán en Perú ante la maniobra más habilidosa que legítima. (O)