Del año 1963 tengo claros recuerdos. La jornada escolar estaba dividida por un par de horas para el almuerzo en casa, apenas habíamos vuelto a la escuela cuando nos avisaron que las clases se suspendían porque “había bullas”. Encontré a mis padres escuchando la radio, me contaron que el presidente de la República había sido derrocado por una junta militar. El concepto era nuevo para mí, tanto por mi edad, como porque se había vivido el más largo periodo de vigencia constitucional de la historia del Ecuador, ¡17 años! En noviembre de 1961 hubo un cuartelazo, pero no prosperó, aunque el presidente Velasco Ibarra fue obligado a dejar el poder, lo sucedió legalmente su vicepresidente, Carlos Julio Arosemena. En la escuela habíamos comentado los desafueros de este mandatario, éramos niños, pero nos llegaban y entendíamos esas lúgubres noticias que eran de total “dominio público”. Por eso el golpe fue recibido, me atrevo a decir, con alivio.
Años después, al revisar los hechos, que para mí se reducían al derribo de un mandatario que escandalizaba con sus excesos, supe que la realidad no había sido tan sencilla. “Me derrocó la embajada”, dijo Arosemena cuando fue defenestrado, implicando que maniobras estadounidenses habían causado su caída. En 1975, Philip Agee, un disoluto agente de la CIA, publicó un libro malévolo cuyo título equívoco se traduce en las ediciones en español de varias maneras. En esa obra se califica desaprensivamente a muchos ecuatorianos de “agentes” de la Central de Inteligencia Americana. Los más fueron colaboradores puntuales, personas que buscaban apoyo para frenar la ola comunista que barría el continente tras la Revolución Castrista. Otros de estos “agentes”, como los llama Agee con mala fe, fueron contratados sin conocer siquiera cuál era el propósito de su trabajo.
Pero, por cierto, hubo ecuatorianos que fueron auténticos agentes. Su propósito fundamental fue alinear, mediante agitación popular, al gobierno ecuatoriano con la política anticastrista de Estados Unidos. Hicieron contactos políticos poco efectivos, no se demuestra que la CIA haya tenido fuerza para remover o remplazar funcionarios. A pesar de sus veleidades izquierdistas, el gobierno de Arosemena cedió y en abril de 1962 rompió relaciones con Cuba. Luego Agee conoció del hilarante caso de “la guerrilla del Toachi”, en cuya blanda represión no tomó parte personal americano. El golpe de los coroneles en julio de 1963 parece haber sorprendido al propio delator, quien no afirma haber hecho contactos o maquinaciones para favorecer su realización. Y en la publicación posterior de material desclasificado tampoco se encuentran datos de una implicación directa de norteamericanos en el movimiento.
La junta que se hizo con el poder estaba formada por los comandantes de las tres ramas de las Fuerzas Armadas, como ha ocurrido en otras ocasiones en toda Latinoamérica, pero extrañamente su cuarto miembro era el senador funcional por las Fuerzas Armadas, el entonces coronel Marcos Gándara Enríquez. Este oficial, que era un reconocido intelectual, fue sin duda el ideólogo de la sublevación, como de las reformas agraria, tributaria y administrativa que posteriormente intentó hacer el gobierno militar. (O)