No debía ser el execrable femicidio de una hija, madre, ciudadana, por parte de un psicópata, desquiciado, causante de dolor y conmoción generalizada, lo que detone un escándalo que pulverice el prestigio de una institución tan noble, encargada del orden y la seguridad ciudadanos, moviendo con ello las bases de la institucionalidad del país ya lastimado por vergonzosos episodios de violencia, crimen, corrupción judicial, vagancia legislativa y desatinos del Gobierno.

Lo imperdonable es que siendo añosamente conocido que en filas policiales existen algunos efectivos traficantes y corruptos que contrastan con la mayoría de servidores respetuosos de la disciplina y el honor, no se la haya depurado de forma estricta y recibido a sus aspirantes con rigurosidad técnica, psicológica y pedagógica para que sea un centro de alto rendimiento, conducta ética y servicio ejemplar. Si se añaden las escandalosas versiones de engreídos comunicadores que enardecen las pasiones ciudadanas con retóricas soeces o bombas noticiosas, a cuenta de la libertad de opinión y prensa; lo mismo que por las redes sociales los trolles disparan contra quienes combaten a sus financistas, entonces se consigue derribar un colosal y frondoso árbol como es la institución policial, conformada por seres humanos perfectibles. Debemos ayudar a sostener el prestigio institucional. Deben hacerse reformas profundas científicas y estudiadas en la institución policial, delegando a profesionales probos y no a oportunistas figuretis faranduleros.

Es bochornoso que el presidente marginó a un ministro talentoso, consecuente y de trayectoria en el oficio policial que puso por él el pecho a las balas, en los últimos disturbios, con lo cual contribuye a hacer leña del árbol caído, exacerbando incertidumbre y desconfianza social, menguando la débil democracia ecuatoriana. (O)

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Joffre E. Pástor Carrillo, educador, Guayaquil