En épocas de cerrar ciclos y encaminar valiosos propósitos de año nuevo, sírvase, estimado lector, brindarme breve atención. Esta reflexión no ha sido encaminada ni por el político más tradicional ni por el ciudadano más común, porque ambos comparten más de coyuntura de lo que cualquiera cree. Ambos han sucumbido: sea en la emocionalidad o en el interés muy particular y de la razón propia.
Para este momento, algunos fueron conquistados por bonos y conductas populistas desde la nostalgia o desde el pragmatismo actual, y otros han sucumbido al ideario de oposición de que el otro es malo y corrupto, y hay que oponerse como muletilla naturalizada. Pero vamos aquí al énfasis de este título, la clave: dejar el fanatismo a un lado, que la barra brava sea para el país, y no casarse ni con morados ni turquesas. Es un momento más que oportuno para darle oportunidad a un proyecto formal, de base, como el de barro ecuatoriano de los años 80.
Porque ser Gobierno nunca puede ser un propósito; siempre debe ser tan solo camino. El propósito, desde ya, es cambiar el país y sus estructuras de desigualdad. Desde la democracia para garantizar las libertades. Que el timón democrático guíe y se embarque en él todo matiz de pluralismo, en pro de la igualdad y el desarrollo de las futuras generaciones. (O)
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Elvis Alberto Herrera Cadena, Guayaquil


















