De dónde salió la plata para construir las hidroeléctricas, y luego de mal construidas, inclusive, quedan recursos para vender energía a Colombia, y también para estafar a la clase media, igual como se hizo con los recursos de la Seguridad Social.
El afán politiquero, la indolencia y la ceguera creen que nadie se da cuenta ni recrimina la inaudita metida de mano en los bolsillos de las clases media y baja. Piensan que con los bonos que dan a sus militantes pobres, incrementarán su ejército de lucha contra los que con esfuerzo y trabajo han logrado vivir con decoro. Se solapa la ‘industria de la caridad’ como sistema de supervivencia. Concordante con este escenario, ciertos representantes del averno no sabiendo de dónde sacar más dinero, creen que siguiendo los pasos de los sistemas financieros de bancos pueden adquirir plata para fines socialistas: coger dinero ajeno para soliviantar los gastos de un Estado obeso. Un pueblo grita: ¡Hasta cuándo padre Almeida!”. Y dice la ignorancia del monstruo apocalíptico que tiene incrustadas sus pezuñas en dicho Estado: “Hasta la vuelta Señor”. Traigo a colación un símil, un sistema coaccionante que acepta la financiación de una deuda creada que dejó crecer en la pandemia de coronavirus, y si el pueblo no paga le quitan el servicio de energía eléctrica. Y para iniciar la recuperación por la falta de eficiencia de los lectores de medidores de la energía eléctrica por parte de dicha empresa, después de 12 meses viene un acuerdo, una coacción: el usuario firma o le cortan dicho servicio básico. Deben firmar un acuerdo en el que la primera cuota a pagar es el costo financiero, y como privatizaron el servicio de cobranza, también cobran dos dólares por cobranza mensual. Los candidatos a presidente están en silencio sobre el cobro de energía en tiempo de pandemia. (O)
Salvador Loffredo Autheman, ingeniero civil, Guayaquil