La primera, la de recuperar la salud, pues, como dice la Biblia, lo demás te vendrá por añadidura. Se necesitan decisiones fundadas y prontas; no solo las potencias industrializadas van delante de nosotros, sino, también, varios países latinoamericanos, como México, Costa Rica, Chile, Argentina. Las declaraciones oficiales son imprecisas, a veces contradictorias, sobre las cantidades de vacunas adquiridas o reservadas; no sabemos si serán suficientes ni si llegarán en buen tiempo. El 23 de noviembre, en el programa De frente, según informe de la Secretaría de Comunicación, el presidente Moreno anunció que, desde enero, se vacunará a 30.000 personas por día, lo que parece imposible de cumplir. Hay, actualmente, en Occidente, tres firmas o asociaciones especializadas que han obtenido certificaciones de idoneidad válidas y, al menos por ahora, hay que escoger entre ellas. El ministro de Salud ha comentado varias veces que la vacuna de Pfizer debe ser almacenada a menos 70 grados centígrados y necesita un sistema de cadena de frío “más sofisticado” que la de Oxford-AztraZeneca, que puede estar entre 2 y 6 grados y ser almacenada en una refrigeradora común; con esta, el ministro Zevallos anunció, en octubre, que había firmado un contrato de compraventa por más de 5 millones de dosis, cuyas entregas tendrían lugar entre junio y julio. En octubre, también, había suscrito una carta de intención para recibir al menos 2 millones de dosis de la Covaxx. Parecería lo más aconsejable optar por las vacunas que solo requieren de las condiciones de una refrigeradora normal. Esta pandemia es más grave, ha afectado más a la población, a su salud, a su economía, que cualquier guerra internacional o civil y requiere de una acción mancomunada; debe contarse con la voluntad, la participación de la población civil; organizar una suerte de gabinete de guerra. Vacunar a 30.000 personas diarias requiere de una organización, de una logística, nunca antes experimentada en Ecuador. Esta guerra es una cosa demasiado seria como para confiársela al Gobierno solamente; deben colaborar en las vacunaciones los hospitales y centros médicos privados. Ya vimos el desastre del manejo de la primera etapa de la pandemia; nos ahogaron en palabras funcionarios que desconocían la materia. Se beneficiaron allegados al poder, en el reparto de los hospitales; lo que, felizmente, no manchó al actual ministro de Salud.

La segunda política, la de corregir nuestras leyes para que no ocurran estos tristes enfrentamientos entre los 0rganismos electorales que han anulado la confianza ciudadana. Con razón ha insistido Simón Espinosa, en carta dirigida al presidente, solicitándole que convoque a un plebiscito para derogar la Constitución de Montecristi y reemplazarla por la anterior, la de 1998, actualizada. El presidente Moreno tuvo que convocar a un plebiscito para elegir un Consejo de Participación transitorio, que sirvió para el momento, pero que no eliminó al permanente.

Tercera, la de tener una política internacional seria, de mirada amplia y profunda, que evite caer en aventuras como el asilo a Assange, en que este ha terminado en una condición humana desastrosa y ha sufrido el prestigio nacional. Felizmente, no concedieron la extradición. (O)