Adiós año de frustración, enfermedad y soledad. Me despido de tus desilusiones y discordias, de las distancias físicas e ideológicas que has creado entre nosotros. Pero te digo adiós sin amargura, porque hasta un año como tú ha tenido muchos rostros, uno de ellos risueño que nos devuelve la ilusión a través de la risa. Son nuestras propias caras las que improvisan pequeñas comedias en el frenesí del día a día: con la mascarilla desubicada, metiéndonos algo al apuro en la boca, mirando a todos lados por si viene la policía; la mascarilla colgada de una sola oreja o agarrada agrandándonos las orejas, pero no cubriendo nariz y boca sino convertida en una improvisada hamaca de quijada, como para que duerma nuestro rostro una siestecita improvisada. Y cómo no gozar de ver por la calle a una rubia oxigenada con el pelo estiradísimo, ostentando logotipos de marcas caras en zapatos, cartera y abrigo, como si se tratara de insignias obtenidas por el mérito de su riqueza, y luciendo una mascarilla recubierta de cristales Swarovski. Cómo no reír ante tremendo alarde de pandemic fashion. La mascarilla es el accesorio del 2020. Por Navidad, Alemania regaló a sus grupos de riesgo mascarillas FFP2, la Crème de la Crème de las mascarillas.

Este año de aislamiento y enmascaramiento hemos aprendido a sonreír con los ojos, a soportar nuestro propio aliento como antes lo hacían los otros, a mirar con ternura a la muchacha de los lentes empañados sobre una mascarilla bien puesta, y con aversión al que la lleva “a medias”, su naricísimo infinito colgándole tan fiero. Durante la pandemia de 1918-1920, cuando la gripe “española” azotó al mundo en cuatro olas, dejando al menos 50 millones de muertos, hubo, como los hay hoy, necios que rechazaban las mascarillas como si fueran un atentado contra la “libertad”. Hoy hay quienes las llaman bozales, y sin embargo ladran y muerden enfurecidos tras esas mascarillas que “la dictadura sanitaria” les obliga a portar. ¿Por qué nos escandaliza cubrirnos nariz y boca cuando llevamos décadas escondiendo la mirada (espejo del alma) tras soberbias gafas negras? La mascarilla no es mordaza. Con o sin mascarilla, los bocones y charlatanes seguirán siéndolo. Las mascarillas no solo que no nos impiden hablar, sino que hablan por sí mismas; dicen: “Creo en la ciencia, respeto tu vida”. También revelan la personalidad: muéstrame tu mascarilla y te diré quién eres. Hay quienes las usan de tela doble, las lavan regularmente, las guardan apropiadamente. O las compran desechables, anotan la fecha de primer uso, las descartan a tiempo. Otros, caóticos como yo, ya han perdido más de una mascarilla de tela y llevan decenas de mascarillas desechables embutidas en todos sus bolsillos, como papeles arrugados, y ya quién sabe cuánto tiempo de vida les queda.

Los cronopios de la pandemia llevamos mascarillas manchadas de chocolate y pintalabios, pero intentamos cuidar y cuidarnos, sobrevivir con la sonrisa en la mirada, sin renunciar al amor y al humor que nos permiten seguir caminando al filo del abismo y dar la bienvenida a un nuevo año con la absurda ilusión de siempre. (O)