Escribo esta columna desde mi experiencia personal frente a las nuevas formas de educación superior en el Ecuador. La intermediación de cualquiera de las plataformas virtuales que reemplazan al espacio físico –aula– en el cual se trabajaba antes implica nuevas prácticas docentes que exigen al profesor una planificación más exhaustiva y una disciplina más estricta para cumplir cabalmente con su objetivo considerando los nuevos elementos, sobre todo emocionales, que forman parte de la mediación informática.

Los estudiantes están en sus casas, en las cuales también moran otros miembros con sus actividades específicas generando dinámicas marcadas por múltiples tareas, como el arreglo de los espacios físicos, la preparación de alimentos, la movilidad de sus miembros cuando salen o retornan, la presencia de mascotas y la variopinta experiencia de la vida en familia. Debemos valorar emocionalmente esta realidad para respetarla, integrando el ambiente del hogar a la universidad y viceversa. El entendimiento del entorno doméstico de los estudiantes es clave para que se lo respete y no se produzcan roces innecesarios. El ladrido de un perro, la voz de los padres o el ruido propio de las casas y de sus entornos son situaciones que deben ser incorporadas a la nueva educación para que su integración con la formalidad universitaria sea armoniosa. Esta faceta de la realidad actual permite además que podamos vernos a nosotros mismos con mayor claridad, porque al ver al otro –el estudiante– en su entorno familiar, nos vemos en esos ambientes que nos son comunes y la evidencia de la semejanza nos une más.

Siento que la parte cognitiva del aprendizaje se ha potenciado grandemente para muchos estudiantes, porque hay más precisión en la planificación docente por los textos seleccionados como soporte para el despliegue analítico del tema que se aborda y el cronograma de trabajo que debe ser seguido con disciplina a través de la conexión sincrónica en internet para la clase. Los estudiantes, al tener un esquema definido y preciso con todos los elementos del proceso educativo, lo siguen junto al profesor de manera amigable y formal, potenciando el análisis y el conocimiento… porque todos están dispuestos a dar lo mejor de sí mismos para continuar y salir adelante. Hay más concentración y enfoque.

Pero si no hay orden. Si se improvisa. Si no se cumple con lo planificado. Si no se busca comprender una emocionalidad marcada por la precariedad y el esfuerzo colectivo para seguir con la vida, la intermediación es un fracaso absoluto. Desde esta somera aproximación a esta inédita situación se puede afirmar que las exigencias van por el lado de la planificación y también por la potenciación de la empatía como actitud indispensable. Así, esta nueva y forzada modalidad tiene lados positivos, porque nos exigimos más para estar a la altura de los tiempos, tanto como profesores que proponemos conocimientos para su análisis y también como personas que buscamos conscientemente ser más prudentes y sabias, porque sentimos el dolor común de la fragilidad y la incertidumbre, que hoy nos abruma a todos. (O)