Guayaquil estaba dormida, recostada en las cuerdas de su lira, la cabeza sobre su espada, cuando se desprendió y cayó al río. Luces de brillantes ojos se volvieron a mirarla. La estirpe y la bravura de los más recios manglares la llevaron a la orilla. Inventó la revolución, crujieron sus entrañas y parió la libertad.
Para las eternidades se instaló junto al malecón y fue faro de la patria en gestación. Plátano, ansias y pescado la alimentaron para galopar segura en la crin de las tempestades, y escabulléndose por entre el destino, su mano estira hasta adueñarse del sol y del futuro. La brisa que mece su cabello también refresca la sonrisa del golfo que al bostezar muestra la isla en su boca. (O)
Rommel Efrén Gallardo Moscoso, Machala, El Oro









