Qué mejor que reflexionar sobre la cultura del ejemplo, hoy 9 de octubre, que celebramos el bicentenario de la independencia de Guayaquil.

Para Carolyn Taylor, psicóloga y autora del libro La cultura del ejemplo, “la cultura es lo que las personas crean a partir de los mensajes recibidos acerca de cómo se espera que se comporten”. La raíz del porqué la cultura está siendo la que es en un país, una institución, ciudad, empresa, familia o una organización, radica en los mensajes que emanan de tres grandes fuentes: los hábitos colectivos, los símbolos y los sistemas.

Los hábitos colectivos son los comportamientos repetidos y generalizados; lo que las personas hacen refleja lo que las personas valoran de verdad. Los símbolos son las situaciones o decisiones visibles a los cuales les atribuimos un significado y que implican generalmente en qué invertimos recursos. Los sistemas son los mecanismos y procesos de gestión que se enfocan a guiar, desarrollar, medir y recompensar los comportamientos que están alineados a la cultura.

Es el ejemplo de los líderes, lo que la sociedad mira, admira y sigue, el mayor impulsor de cambio cultural. La sociedad aprende de ellos y los imita. Su comportamiento produce un “efecto dominó” imparable en el cuerpo social. Así, fue ejemplo de esfuerzo y sacrificio de los próceres principales José de Antepara, José de Villamil, León de Febres Cordero, José Joaquín de Olmedo y los otros próceres señalados en la Columna de los Próceres de la Independencia, sus acciones fueron la aurora gloriosa que simbolizó la defensa de la libertad y gatillaron la primera revolución efectiva de un pueblo que busca su destino.

Hoy tenemos que hacer lo mismo: los líderes familiares, sociales, empresariales, políticos, deportivos, todos, son los nuevos próceres de una gesta libertaria contra la corrupción, que nos llama a ser ejemplos de integridad, honradez y honestidad. Para que la cultura sea una ventaja y no obstáculo para el progreso, tenemos que mostrar muchos ejemplos de que algo realmente está cambiando en el Gobierno, las instituciones, las empresas y las familias.

Al resto de la sociedad nos toca identificarnos con este propósito y apoyarlo, modificando los símbolos y sistemas que fraguan los valores de la integridad, honradez y honestidad: la educación y la sensibilización en familias, escuelas, colegios, universidades, empresas e instituciones privadas y públicas, la promoción y la retribución por el comportamiento alienado a estos valores; la sanción y el castigo ejemplificador ante los comportamientos alejados de estos valores; la cero tolerancia social a las personas corruptas, la información, el control y trasparencia de los actos a todo nivel; la asignación de claras responsabilidades y buenas prácticas en todo tipo de organización.

Cada época tiene su gesta heroica, sus protagonistas; la nuestra es la lucha para romper los lazos de la corrupción y la deshonestidad de nuestra cultura, ganar será la mejor manera de celebrar y hacer honor al legado de los próceres del 9 de Octubre de 1820. (O)