Aristófanes, un escritor del siglo V a. C., en la obra Las avispas, describe a los jueces como instrumentos de los poderosos, quienes, para eliminar a los que amenazaban su poder, se valían de los sicofantes, denunciantes profesionales, que daban la cara por ellos en los juicios, con falsos cargos muchas veces. Más de 1.300 años después, un hombre de poder, por no haber apoyado el papa Formoso sus reivindicaciones políticas, usa al papa Esteban VI para que un Sínodo lo enjuicie. En un remedo de proceso lo declaran culpable, anulan su elección papal y sus actuaciones, lo despojan de sus investiduras y le arrancan tres dedos de la mano. Nueve meses después del envenenamiento de Formoso lo habían exhumado para que respondiera por sus “crímenes”.

En Ecuador, como en el mundo, también la justicia ha sido mancillada: Antier, ayer y hoy. Hoy, los enemigos del perseguidor de Mary Zamora, de los 10 del Luluncoto y otros, después de mucho buscar e inventar, consiguieron finalmente que se lo condene por supuesto cohecho. Su defensa alegó que se adulteraron los hechos; que no se practicaron pruebas que pidió y aceptaron los jueces; que ilegalmente se lo encausó por una participación que no acusó la fiscal general del Estado, tan obsecuente con los intereses de los nuevos dueños del poder; que se aplicaron normas jurídicas derogadas. Los jueces encargados, encargados de golpear sin mirar, no contestaron tales reclamos. Unos cuadernos de dudosa procedencia sirvieron al efecto y sirvieron para rebajar la pena de una mujer que fue colaboradora del expresidente. ¡También de esas personas se rodeó y la aupó nada menos que para ser jueza constitucional! No se procesó al directivo de Odebrecht, a pesar de su presunta intervención en el delito acusado, ya que el soborno implica un sujeto activo y uno pasivo.

Así pues, las violaciones al derecho constitucional a contar con una tutela judicial imparcial y efectiva, al elemental derecho a la defensa que solo los regímenes bárbaros conculcan, serán el fundamento de la justicia que los procesados buscarán en los tribunales internacionales, que, por los precedentes, probablemente ordenen un nuevo pleito y deberán los responsables resarcir la indemnización que el Estado quizá tenga que pagar a las víctimas.

Algunos de los agraviados por el expresidente, mostrando pobreza de espíritu, claman venganza. Otros reprochan a su régimen haber afectado sus intereses económicos en el orden tributario y laboral. Los poderosos que relata Aristófanes, para eliminarlo políticamente urdieron la patraña y se valieron de sicofantes, como en la antigua Grecia. Todos ellos quisieran, como hicieron con Formoso, arrancarle los dedos.

La justicia demanda castigar al culpable, pero también absolver al inocente. El exjefe de Estado debe ser interpelado políticamente por su autoritarismo, no judicialmente. La sociedad tiene que romper el perverso nexo de poder y justicia y las partes contendientes, sin dejar sus convicciones, respetar los derechos ajenos para una convivencia civilizada y por honestidad asumir sus propios demonios. (O)