La mendicidad es un problema universal, y la hay como sinónimo de extrema pobreza. Muchos pueblos la han querido amainar, pero es inútil. En Japón es prohibido pedir limosna, pues consideran que es un deshonor.
En Guayaquil vemos la proliferación de pordioseros, antes individuales y ahora son familias enteras en portales, zaguanes y calles, rogando por pan o centavos. ¿Culpa de quién es? Sería de los políticos que desde antaño se dedican a construir obras cual megalópolis, y la necesidad individual les importa un ápice. El Gobierno Nacional y el Ministerio de Previsión Social deben hacer por lo menos un censo de los mendigos y de inmediato atenderlos siquiera en centros alimentarios y de refugio. Las instituciones privadas y solventes deben iniciar este hecho, ya que los entes gubernamentales pasan indiferentes a esto, y están politizando esta endemia alegando que los mendigos solo son venezolanos migrantes. Ecuador es un país de mendigos y hay mucha indiferencia social por estos en la pandemia de COVID-19.(O)
Héctor Joaquín Cisneros Arias, doctor en Filosofía, Guayaquil