Fui a desayunar en familia a una dulcería en el centro de la ciudad. Hicimos cola de 20 minutos antes de entrar. Una niña de aproximadamente 10 años vendía fundas de basura. Atenta a las personas que hacían fila preguntaba: “¿Va a comprar para llevar?”. Cuando la respuesta era “sí”, les decía tras su mascarilla rosada de la Minnie Mouse, “no haga fila por gusto, entre directamente”.
Era tal la simpatía que la niña generaba con su ‘chispa’ que la gente al salir le daba una propina, aunque creo que mejor hubiera sido comprarle lo que vendía.
Me llamó a la reflexión la actitud resiliente de la niña. A pesar de tener que trabajar en la calle para ayudar a su madre (quien circundaba con otro hijo muy cerca) mantuvo el ánimo muy optimista y confiado.
Varias preguntas se dispararon en mi cabeza: ¿estará estudiando? ¿Tendrá un futuro? ¿Sus padres quieren que estudie o que les ayude a solventar el presupuesto familiar?
¡Cuánto potencial y oportunidades en riesgo, cuánto futuro anclado a un pasado sin perspectivas. Pero así mismo tanto talento, tantas ganas y optimismo! La palabra que respondió a estas dudas fue educación.
¿De cara al futuro que es lo que importa? La educación es la respuesta a todas las interrogantes que esta niña –vendedora en la calle–, al igual que miles de otros niños ecuatorianos nos plantean cada día. Es la posibilidad de superar las situaciones adversas y aprovechar las oportunidades para avanzar en el desarrollo equilibrado, más aún con actitud y talento, como en el caso de la niña que está por el sector de dicha dulcería, pastelería.
Es una tarea que nos compromete a todos. (O)
Alfredo Eloy Pera Mora, ingeniero mecánico, avenida Samborondón