La educación a distancia, virtual u online tiene utilidad y sentido en casos excepcionales o de emergencia, para aquellos que no pueden estudiar presencialmente por cualquier razón. Pero la educación normal debe darse en persona, en convivencia con la comunidad de compañeros y maestros. Una enorme cantidad de información, destrezas sociales, convenciones y valores, se transmiten en la interrelación con los condiscípulos. Esto es válido en la enseñanza primaria, sigue valiendo en la media y hasta en la universitaria.

Siempre la universidad fue un centro de diálogo y enriquecimiento mutuo. Personalmente lo experimenté de manera muy viva. Cuando entré en la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica tuve maestros eminentes, pero entre los compañeros había un significativo grupo de personas cultas e inquietas que me enseñaron y me marcaron. Una generación conspicua, de la que forman parte hoy descollantes políticos, periodistas, escritores, empresarios y, por supuesto, diplomáticos y juristas.

En esta cuarentena di trámite a la lectura de tres libros producidos por coetáneos de esa hornada, que comento para mostrar la talla de quienes hablo. En orden alfabético primero aparece Francisco Febres Cordero, el famoso Pájaro, periodista, escritor prolífico, director y actor de teatro, de él leo Fatiga, su primera novela. Una ficción terrorífica sobre algo que no debería serlo, las circunstancias de la vejez, que constituyen cada vez más el mayor problema de la humanidad, expuestas a través de un personaje de la clase media quiteña, con brutalidad y ternura. El estilo llano y coloquial del Pájaro se vuelve más preciso e incisivo al contarnos esta tragedia, que tiene como escenario de fondo la corrupción y la insolencia del correísmo.

Seguimos con La palidez cotidiana, de Emilio Izquierdo, poeta y distinguido diplomático de carrera, lo conocí haciendo teatro con el Pájaro. Este es su primer libro de prosa, compuesto por textos sobre literatura, música, memorias, semblanzas, ficciones, cuasi-ficciones y, destaco, crónicas de viaje. He dicho que el mundo es como un libro, pero hay que saber leerlo. Izquierdo lo lee, lo descifra, lo siente y lo retrata en acuareladas notas. Todo esto con una prosa elegante pero generosa, que refleja la cortesía innata y la transparencia del espíritu del autor. Y concluyo con El viejo ermitaño, de Jorge Ortiz, el segundo libro de anécdotas históricas de este periodista que hizo época en la televisión ecuatoriana. Y la hizo porque su erudición le permitía abordar con solvencia cualquier materia. Ahora esa virtud se vuelca en un género más amable y tenemos así esta obra que narra episodios históricos significativos desde la Grecia prehelénica hasta el siglo XXI. Aunque no falta el dato curioso, ni el evento divertido, ni hay un esquema preestablecido, no es una acumulación de datos pintorescos, hay una nítida línea conductora: la historia como proceso de realización de la libertad humana. Ortiz ha sido en Ecuador un protagonista de ese transcurso. Sabiendo quienes son, comprenderá el lector por qué estoy tan agradecido de estos compañeros maestros. (O)