Dicen que mi abuelo era tan buen lector como neurótico. Dicen que se encerraba en su despacho y leía sin parar. Tanto leía que leía hasta diccionarios. No sé si lo habré heredado de él, pero yo adoro leer diccionarios. Mi primer diccionario, mío de mi propiedad con mi nombre en el membrete, en la página 1 y en la 29, lo tuve en tercer grado de escuela, fue un Everest que tenía el altísimo nevado en la tapa. Lo primero que busqué en él fueron malas palabras, pero al ver que su significado no era malo, y que había miles de palabras más, dejé de hacerlo, pero me volví adicta al diccionario. A veces en mis insomnios me siento en la mecedora a leer diccionario, a descubrir, por ejemplo, que el DRAE señala dos acepciones para la palabra “tocar”, una es la que proviene de la onomatopeya toc-toc, y otra la que deriva de toca, y tiene que ver con los ornamentos que se usan en la cabeza. La primera tiene veintiocho significados, desde “ejercitar el sentido del tacto” o “interpretar una pieza musical” hasta “importar, ser de interés, conveniencia o provecho”.

En estos aciagos tiempos de COVID-19 me ha sorprendido escuchar a políticos declarar: No teníamos la responsabilidad, le tocaba al Gobierno, a mí no me toca. ¿En serio? ¿De verdad creen que la pandemia no les toca?

La gripezinha llegó al mundo y todo da para pensar que llegó para quedarse, que tendremos que vivir con ella por mucho tiempo más o morir de ella. Nadie sabe a ciencia cierta de dónde viene y cómo detenerla. Lo único cierto es que es un virus que no respeta edad, sexo o condición, que nos tiene a todos amenazados y que gracias a él, todo el mundo tuvo que parar. Tan desprevenidos e ignorantes nos encontró que no hay país que haya manejado la pandemia de manera eficiente. En las calles de los barrios más pobres de Latinoamérica o en las más elegantes de Nueva York o Londres, el olor a muerte se ha desbordado. ¿Y aún así alguien puede decir “no nos toca”?

Las equivocaciones en la conducción de la pandemia no han sido únicamente en nuestro país, el virus sorprendió a cada uno de los gobernantes y a la propia OMS, pero no creo que sea el momento de buscar culpables y echarnos flores por lo que hicimos.

El virus nos toca, y nos toca, porque es nuestra responsabilidad como ciudadanos, como autoridades, como políticos, cuidarnos, arrimar el hombro, trabajar hoy más que nunca. Asumir la responsabilidad frente a uno mismo, a los empleados, a los conciudadanos y frente al pueblo que los eligió. No obstante, nos toca principalmente en el corazón o en el hipotálamo, o donde quiera que se alojen los afectos, porque nos importa la vida, porque nos concierne la gente, porque nos duele la muerte y la pobreza. Pero sobre todo porque no hay derecho a tanta injusticia, a tanta hijueputería y corrupción justamente cuando la muerte acecha.

No se laven las manos, señores, no digan que no les toca, porque sí les toca y debería también tocarles, sacudirles, retorcerles si tuvieran un ápice de conciencia y menos codicia. Eso sí pasen a retirar su carné de incapacidad, porque claro está que son incapaces de ser solidarios, de dolerse del dolor ajeno y de trabajar con decencia por una vez en su vida. (O)