Había tomado la firme decisión de no ser abogada cuando la biblioteca del Banco Central convocó a un concurso que gané. Fui al departamento de personal y me pidieron todos los papeles que uno se pueda imaginar: partidas y cédulas de identidad, títulos desde el kindergarten en adelante, exámenes médicos y récord policial, solo se les escapó el color y la talla de medias nailon. Cuando ya había completado todos los requisitos, me negaron la posición ganada porque tenía parientes en la institución. (Era la época en que todavía quedaba algo de vergüenza en el sector público). Empecinada en no ser abogada, toqué un día las puertas de la Libri Mundi de Enrique Grosse, allí dejé la enorme carpeta del Banco Central y me contrataron casi enseguida, casi muero de vergüenza el día que Enrique me dijo: Te contraté porque debes ser excéntrica, jamás alguien me había presentado, junto con su currículo, exámenes de heces y de orina.
Han pasado más de treinta años desde aquel día en que mi camino y mi destino se llenaron de libros, más de treinta años en los que la tecnología revolucionó el mundo, las formas de comunicarse cambiaron, la velocidad se apoderó de nuestras mentes y los trámites se volvieron más engorrosos que nunca. ¿Cómo es posible esto? La única respuesta que se me ocurre es: Porque a las instituciones públicas y a las empresas privadas les fascina complicarlo todo, les encanta las montañas de papeles, adoran la cara de angustia de sus usuarios y clientes.
No es posible que el banco en donde tengo una cuenta desde hace más de veinte años, la hipoteca de mi casa y una tarjeta de crédito, me pida copia a color de la cédula por quítame las pajas. ¿En serio necesitan confirmar mi identidad?
Para poder sobrevivir en estos difíciles tiempos de COVID-19 me ha tocado reducir el personal y a fin de evitar las declaraciones, retenciones y múltiples “ciones”, intento pedir la autorización para dejar de llevar contabilidad, pero necesito presentar al SRI la solicitud, para lo cual debo ingresar en el portal, descargar un eterno formulario ¡e imprimirlo!; cédula de ciudadanía; la papeleta de votación; la declaración de impuestos; el balance de 2019; el Estado de resultados; y, el Plan de cuentas. ¿En serio no los tienen? ¿Qué hicieron con los que presenté a principios de año? ¿Acaso no declaro el IVA, las retenciones y demás “ciones”, todos los santos meses desde hace unos 20 años?
Podría seguir enumerando requisitos y contándoles absurdos hasta el cansancio, porque todo parece atentar a la lógica, al mínimo sentido común, pero quiero honestamente comprender qué pretenden, qué ganan haciéndonos perder el tiempo solicitando una y mil veces los documentos que tienen, y que si los perdieron los pueden obtener simplemente con un clic. Las empresas y las instituciones tienen que darse cuenta de que ya estamos lo suficientemente jodidos como para que ellos contribuyan a ahondar la joda. A este paso, próximamente se exigirá examen de orina para cambiar un cheque, de heces para declarar el IVA, de sangre por si acaso y la talla de medias nailon para sacar pasaporte. (O)









