Víctima de la pandemia de gripe española, hace un siglo, murió Max Weber, nacido en Erfurt 56 años antes. Antes de que su vida fuese truncada a destiempo, había marcado decisivamente la evolución de las humanidades. Su contribución a la sociología es la que más se conoce; pero hizo aportes trascendentales a la economía, a la filosofía, a la politología, a la historia,... Cuando fui estudiante, su pensamiento me explicaba muchos problemas con más hondura y opciones que el marxismo, que era entonces el credo oficial en las escuelas de sociología ecuatorianas. Por eso me pregunté si conmemorar este centenario no será mera añoranza de mis años juveniles... curioso, reviso algunos artículos internacionales y sus autores tienen también esa sensación de reminiscencia.

Quiso ser cimiento, más que cúpula, camino, más que destino. Así encontramos que la escuela austriaca de economía, sobre todo a partir de Von Mises y Hayek, desarrolló categorías de Weber. Concretamente suyo es el concepto de “acción humana”, sobre el que están basados los antecedentes lógicos de la teoría económica. Y su exposición es más clara y útil. Su definición de Estado es de una precisión geométrica, ya no se discute: “Entidad que reclama con éxito el monopolio de la violencia dentro de un territorio”. Lo que añaden es particularización u oropel, cuando no tergiversación. Escribió sobre la política como profesión, inevitable en una sociedad compleja, pero establece que ha de orientar su acción en busca de la legitimidad. Y sobre la burocracia, otra realidad connatural con el Estado. Hoy, cuando los políticos y burocracias de todo el mundo sufren agudas crisis de legitimidad, convendría retomar sus reflexiones.

La obra más conocida de Weber es, sin duda, La ética protestante y el espíritu del capitalismo. En ella, sin mencionarla, destroza la interpretación materialista de la historia, que pretende que las determinaciones económicas modelan las instituciones culturales, pues demuestra que, al contrario, la versión protestante del cristianismo fue lo que motivó el desarrollo y prosperidad de las sociedades en que predominó. Tesis poco querida en ámbitos católicos, donde consideran que viene a decir que los países que permanecieron fieles a Roma se retrasaron por causa de su religión. No lo dice explícitamente, pero queda claro. Sin embargo, no veo problema conceptual para sostener que tiene razón solo en tanto atañe a cierta interpretación del catolicismo más inclinado a lo patético que a lo ético, es decir, más a los sentimientos que a los principios. No se puede negar que este ha sido un lastre para las sociedades en que predomina. Entre otros aspectos está esa tolerancia a la corrupción, a la que nunca he visto condenar en los púlpitos de manera tajante. La actitud de ciertos clérigos con conocidos corruptos es cordial y hasta obsecuente. Enfrentado el país ante la peor epidemia de corrupción de la historia, sin políticos de talla, con una burocracia inescrupulosa y voraz, no hace falta hacer espiritismo en este centenario para convocar a Max Weber e interrogarlo. En sus libros encontraremos las mejores interpretaciones y respuestas. (O)

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