El pasado 5 de junio, Día del Liberalismo, Diario EL UNIVERSO publicó un artículo que advierte que no existe un partido de esa tendencia desde hace 18 años. Para quienes nos proclamamos liberales, esto es una vergüenza. Porque los que así nos denominamos, de manera permanente, en público o en privado, nos la pasamos comparando la realidad con lo que constituye nuestro ideario y criticando la prevalencia de ideas socialistas o conservadoras. En la misma medida y manera cuestionamos cualquier recorte de las derechos esenciales. Tenemos la receta para ordenar el país y el mundo, claro que la tenemos, pero somos incapaces de organizar un movimiento que pueda reunir más de cincuenta personas, en más de tres parroquias.

Y, característico de las corrientes desorientadas, estamos divididos en varias facciones cada vez más irreconciliables. Alfaristas, liberales clásicos, libertarios, social liberales, austriacos, pronto habrá más membretes que creyentes. Como ocurre siempre en las iglesias en crisis, cada secta excluye a las otras de la condición de fiel. La república se creó sobre un sustrato liberal, inspirada en las revoluciones francesa y anglosajonas, en contra del monarquismo ultraconservador de la potencia colonial, pero también de las ambiciones despóticas de los “libertadores”. Sin embargo, al liberalismo como doctrina le fue difícil prevalecer en el Ecuador. Mediatizado en compromisos o excluido del poder en el siglo XIX, consolida su dominio del Estado con el triunfo de la Revolución alfarista, a la que, como nos hacía acuerdo nuestra colega columnista Paola Ycaza Oneto, no cabe calificarla precisamente de liberal, fue radicalismo con mucho de jacobino. En todo caso, los resultados electorales del liberalismo en el siglo XX siempre le fueron adversos. ¿También en 1940? Está por discutirse. Después, lo mejor que conseguiría el partido como tal sería la vicepresidencia de la República en 1984, eso sí representado por el más definidamente liberal y coherente de sus líderes, Blasco Peñaherrera. Y después la decadencia, hasta el ocaso final.

A pesar de que es más claro que el sol que mientras más cerca del liberalismo están los gobiernos, sus respectivos países más se acercan a la abundancia y al bienestar, en Ecuador sigue siendo difícil introducir las ideas liberales. Así, en las últimas décadas, ni siquiera se ha intentado establecer un partido que sostenga esos postulados. Esto se debe en buena parte a que hemos tragado el cuento del “fin de las ideologías”. Un político o un movimiento sin un ideario claro, sin un proyecto y una dirección, es como un cheque sin fondos. Los operadores políticos actualmente venden la fórmula de grupos amorfos, con nombre de heladería, intencionadamente vaciados de toda propuesta. A veces les funciona, pero no es ético. En las repúblicas más consolidadas, prósperas y ordenadas, en Europa, Norteamérica y Oceanía, se sigue votando por los partidos tradicionales.

¿Qué será necesario para encender en esta generación la llama de la antorcha liberal en un partido amplio, de pensamiento claro pero no dogmático, que nos abra por fin las puertas del futuro? (O)