“Cae la ceniza, caen las avionetas y no caen los que nos roban”, leí en un tuit. Este pequeño texto encierra diversas lecturas muy potentes, una de ellas se relaciona con la impotencia ante las evidencias de corrupción y la ausencia de acciones proporcionales y sus consecuencias, y eso no solo se aplica a los recientes eventos vinculados a los abusos y sobreprecios en los hospitales durante la pandemia.

Esta no es una historia nueva, ya la conocemos y nos sabemos el final, vendrá un montón de discursillos desde las cúpulas del poder, soportados en su frase favorita, dicha con un tono jerárquico y rudo: “No vamos a permitir… tal o cual cosa”. Para luego descubrir que nadie va a pagar por sus acciones, los criminales se fugarán o estarán con blandas medidas sustitutivas, nadie va a devolver nada, estarán ahí, atentos, esperando el premio del Ecuador: el olvido y el perdón en un par de años, donde volverán nuevamente a circular entre la gente, con sus viejas mañas, pero más dinero. Y así la historia se repite.

Los fugados por corrupción pronto podrían aparecer como una categoría en el nuevo censo y el país seguirá de largo, sin recuperar nada de lo robado, si al menos devolvieran la esperanza, como dice en uno de sus textos Luiz Duboc. Pero esto que estoy haciendo es también un poco más de lo mismo, nos quejamos de la corrupción, queremos justicia, pero sin hacernos cargo del problema.

La corrupción está normalizada en el país, en sus dos niveles, el de los servidores públicos, a través del tráfico de influencias, cohecho, enriquecimiento ilícito, peculado y soborno, entre otros, y en nuestra vida cotidiana, representada por el uso del poder en beneficio propio a través de distintos tipos de negociaciones.

Creo que nos horrorizamos ante las desvergonzadas muestras de abusos en lo público, pero hemos perdido la capacidad de asombro frente a esos actos de todos los días, que por más pequeños que sean, construyen un paradigma desde donde se siembran las decisiones y relaciones.

En ese sentido, además de apelar a una justicia que reprima y castigue los actos de corrupción con toda la dureza necesaria, debemos preocuparnos de la raíz del problema, ¿por qué no hemos podido eliminar o disminuir la corrupción?

No es fácil, en Ecuador pareciera que se vive en modo sobrevivencia, en una permanente amenaza y desconfianza, sin ninguna certeza o seguridad, donde no se sabe cómo se puede ser perjudicado o afectado el día de mañana. Sin embargo, hay un momento en que tenemos que empoderarnos y pensar en soluciones sistémicas de largo plazo. La corrupción para nosotros es más perjudicial que cualquier virus, y no hay vacuna que la cure.

Tenemos que empezar a trabajar en una educación diferente, en la construcción de una cultura y una sociedad diferentes.

Por ejemplo, ¿cómo formamos sujetos que puedan tener una mirada crítica, que estén preparados para una vida en convivencia y respeto del otro como legítimo?Si no nos hacemos cargo, y empezamos de una vez, seguirán cayendo más avionetas que corruptos. (O)