“¿Querían las cabezas? Ahí están las cabezas, pero no para que estén menos de 24 horas privados de su libertad”. La frase de la fiscal general sintetiza cuatro aspectos centrales del ambiente creado por la generalización de la corrupción. Primero, que hay una fiscal que, al contrario de sus antecesores que estaban ahí para tapar los delitos de los gobernantes, cumple su objetivo, y lo hace por donde la sabiduría popular dice que comienza a pudrirse el pescado. Segundo, que, si hay cabezas, hacia abajo debe haber cuerpos que las sostienen y que a la vez obedecen a ellas; que no se trata de hechos aislados o de advenedizos que se salieron del guion, sino de complejas redes que actúan organizadamente. Tercero, que los tentáculos de esas redes llegan hasta los niveles del sistema de justicia que tienen la potestad de truncar los únicos esfuerzos efectivos de las últimas décadas. Cuarto, que la lucha contra la corrupción será parcial o incluso nula si no se rompe la relación incestuosa entre la política, las instancias judiciales y los negocios privados.

Una pregunta que surge de inmediato es qué hacer para contrarrestar esta situación. La respuesta obvia es realizar una limpieza integral de la máquina encubridora que se armó a lo largo de diez años y que sigue funcionando muy bien aceitada. Sin duda, esa es la tarea prioritaria e inmediata, pero hay que considerar que la corrupción es un fenómeno que se origina en múltiples causas y si no se ataca a todas ellas, los resultados siempre serán insuficientes. Ni siquiera la educación en valores éticos desde la niñez, que se propone como una de las soluciones, puede ser efectiva si no se considera el conjunto. Las causas de fondo se encuentran en una sociedad desestructurada, atravesada por profundas divisiones de los más diversos tipos y alimentada por visiones excluyentes, que no puede acoger valores ciudadanos (al contrario, los rechaza, como lo demuestra día a día la viveza criolla). El resultado es que vivimos en el mismo espacio, pero no nos integramos como iguales en derechos y deberes, no conformamos una comunidad. Es el terreno propicio para esa forma abyecta del individualismo que es la corrupción.

Obviamente, no se trata de sentarse a esperar a que se produzca el cambio en unas estructuras sociales que tienen profundas raíces históricas, pero cada uno de los pasos que se den debe apuntar hacia allá. Por el momento, se ha hecho evidente uno de los mecanismos de funcionamiento de la relación incestuosa señalada antes. A este hay que añadir la evasión tributaria. Una persona que consta como no contribuyente en los registros del SRI, como es el caso del expresidente Bucaram, no solamente tiene que dar cuenta de las medicinas e implementos hallados en su casa, sino de sus ingresos. En una entrevista realizada por Luis Eduardo Vivanco afirmó que no sabe lo que es girar un cheque, que nunca ha tenido una tarjeta de crédito y, entre brumas, dejó entrever que sus ingresos provienen de amigos caritativos. También fue brumosa la respuesta de otro político, Ricardo Patiño, allá por el año 2006, cuando los periodistas quisieron saber la razón por la que no había pagado impuestos durante varios años. De la misma manera, en el origen de sus ingresos se encontraban unos amigos caritativos. Por lo menos en el caso de Bucaram esos amigos tienen nombres. (O)