Tengo la impresión que la mayor parte de las personas que hemos estado, seguimos y parece que seguiremos viviendo, al menos por algún tiempo más, la experiencia de la presencia inesperada y las nefastas consecuencias de la expansión y daño producido por el COVID-19, difícilmente volveremos a vivir como vivíamos antes de su irrupción en nuestras vidas.

De ser aceptable la consideración expuesta, al regresar a la llamada “normalidad anterior” a la irrupción del no invitado: ¿cambiarán nuestras rutinas familiares, sociales y laborales, celosamente respetadas, por regla general, antes de la pandemia?

¿Acaso haremos cambios? ¿Cuáles? ¿Por qué? ¿Desde cuándo? ¿Hasta cuándo?

La disyuntiva podría plantearse así: ¿volveré a la rutina de antes o incorporaré cambios que me parecen positivos, necesarios, convenientes y beneficiosos?

¿Qué tal?

¿Le parece interesante y demandante hacerse ese cuestionamiento?

¿Acaso es pérdida de tiempo?

Los frutos que podría obtener de lo que planifique diferente ¿compensará la ruptura de la rutina, que parecía cómoda y, por eso mismo, inamovible?

¿Es que realmente la rutina en el trabajo es en sí misma una ventaja y, por lo tanto, debe ser considerada como positiva, respetada y hasta beneficiosa?

Ahora mismo podríamos hacer un ejercicio mental para ir descubriendo lo que hay de rutinario en nuestro desplazamiento para ir y regresar de nuestro lugar de trabajo, siempre a la misma hora, por ruta patentada, escuchando el programa radial preferido, con una fidelidad asombrosa, poniéndonos al día con aquello que no alcanzamos a leer o ver y oír, en los noticieros matutinos, o soportando escuchar lo que nos impone quien conduce el transporte en el que nos movilizamos, sin que podamos objetar nada.

Y ya en el lugar de trabajo, la otra rutina...

¿Nos enclaustraremos en lo nuestro? ¿En lo que exclusivamente nos corresponde?

¿Seguiremos siendo trabajadores solitarios o intentaremos, al menos, convertirnos en comunicativos, comprensivos y solidarios?

Mirando a cada una de las personas con quienes compartimos nuestro lugar el trabajo y las tareas que realizamos ¿podemos imaginarnos qué hubiera pasado si alguna de ellas no hubiera regresado, por culpa del mentado COVID-19?

Y de ser nosotros los que hubiéramos sucumbido… ¿sería bueno conocer qué pensarían ellos de nuestra ausencia definitiva?

Nuestra ausencia definitiva… ¿qué cambios podría generar en el que ha sido nuestro ambiente de trabajo en los últimos años?

¿Se sentiría nuestra ausencia o solamente somos una pieza que fácilmente se reemplaza y pronto se olvida, como ha ocurrido antes, mientras otras ausencias definitivas son recurrentemente motivos de tristeza y añoranzas?

A mí me parece que, para la gran mayoría de las personas, la vida no volverá a ser igual.

Pienso así porque la lección que hemos recibido y aún estamos recibiendo, por lo menos, algo positivo debería generarnos, para que haya valido la pena tantas preocupaciones, angustias y dolores.

¿Coincide usted con estas reflexiones?

¿Usted también se animaría a reordenar sus rutinas de tal manera que sus esfuerzos, siempre orientados al bien, sean de mayor beneficio social e individual?

¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)