El conspiracionismo es una corriente pseudocientífica que en cualquier evento extraordinario piensa que las cosas “no son como nos dicen”, sino causadas por fuerzas oscuras. La pandemia de coronavirus no podía ser la excepción y los conspiracionistas creen que sería un acto de guerra biológica de la dictadura comunista china para destruir a Occidente; los de derecha se apenan derrotados; mientras los de izquierda, como Evo Morales, ingenuo y perverso, se alegran optimistas. La teoría tiene fallos, ¿por qué se lanzó el virus en la propia China con tanto riesgo, cuando era más fácil y seguro desperdigarlo directamente en Nueva York o Londres? Las negras sospechas se acrecentaron debido a la actitud de Pekín, empeñada primero en tapar la existencia misma de la enfermedad y luego en opacar todo lo relativo a ella. Ahora investigaciones serias apuntan a que la gripe de Wuhan fue forjada en un laboratorio del cual escapó accidentalmente.

El imperio chino ha tratado de someter a su dominio a Taiwán, país que está apenas a 180 kilómetros de sus costas, imponiéndole una cuarentena diplomática, que le impide tener relaciones formales con otros Estados e ingresar a los organismos internacionales, incluso a uno tan vital como la Organización Mundial de la Salud (OMS), que ha negado completamente a la isla la participación en las redes de salud pública mundial y prevención de enfermedades. Esta entidad está dominada, como gran parte del sistema de Naciones Unidas, por una mayoría de países, sobre todo árabes y africanos, gobernados por dictaduras aliadas de la República Popular China. Para Taiwán todo lo que ocurra en China es de vida o muerte. Por eso advirtió a fines de 2019 a la OMS sobre la propagación de un virus en territorio chino, sin embargo, el gobierno comunista dijo que el brote estaba controlado, por lo que el 30 de enero el secretario general del organismo, Tedros Adhanom Ghebreyesus, lo felicitó “por las medidas extraordinarias que ha tomado para contener el brote”. Este funcionario es un político etíope que ha reaccionado ante las pruebas de su negligencia presentadas por Taiwán con la muy tercermundista salida de acusar al país asiático de racismo. Antes de él, la organización fue dirigida durante diez años por una médica china.

Si la propagación del coronavirus fuese un acto de guerra biológica, los comunistas chinos la perdieron, por lo menos en la crucial batalla de Taiwán, donde en lugar de oír las “tranquilizadoras” versiones de la OMS se tomaron oportunas medidas de aislamiento internacional y de contención interna que han hecho que este país, tan cercano a las costas de su oprimido vecino, tenga al día de hoy apenas unos 400 contagiados y solo 6 muertos. Los taiwaneses aprendieron la lección en 2003, cuando sin acceso a la información de la OMS sobre la epidemia de SARS tuvieron centenares de víctimas mortales. Además, la oligarquía comunista de Pekín perdió la guerra informativa, pues se pusieron en evidencia ante el mundo sus turbios manejos, que impidieron que se contenga oportunamente la que ha llegado a ser la mayor pandemia desatada en más de un siglo. (O)