De la última página de Ética a Nicómaco se puede deducir que Aristóteles concibió este libro como preludio para la política. Si la política es el arte de hacer felices a las comunidades, es indispensable conocer el arte de la felicidad. Y esta sería la ética, pues el propósito de la vida del hombre es la felicidad o la eudemonía como la llama el filósofo. La identidad de las dos palabras es discutida, si se traduce literalmente eudemonía sería más bien algo como el “buen genio”. No es la única dificultad que plantea la edición y traducción de esta obra a los idiomas modernos.

El título con el que la conocemos sugiere que, como padre amoroso, Aristóteles lo dedicó a su hijo Nicómaco. Eso no ocurrió, hoy se prefiere titularla Ética nicomáquea, que refleja mejor lo que parece más probable: que el hijo reunió y difundió los manuscritos del pensador. De cualquier manera es uno de los pilares sobre los que se asienta nuestra civilización occidental. Como todas las obras del filosofo es un texto basado en el razonamiento y en la observación, no es un trabajo literario, a diferencia de los escritos de Platón o Parménides. Procura secamente sujetarse a los hechos, sin adornos. Los libros de otras culturas que dictan normas éticas las basan en religiones o mitologías, este no echa mano a ese recurso y busca ajustarse a la realidad observable y a la especulación lógica. Crea un lenguaje científico y por primera vez aparece esta palabra “ética”, que es una técnica, algo que se aprende y se cultiva en busca de la perfección. El vocablo “ética” puede referirse a las costumbres, pero más bien alude al carácter como manera de ser, los dos conceptos suenan muy parecidos en griego.

La obra fue pensada por Aristóteles para sus clases en el Liceo, no es un recetario, sino una sucesión de inquietudes. Se esfuerza en dilucidar si el ser humano tiene o no libre albedrío. Plantea varios aspectos e hipótesis y nos deja sin una solución clara. Sin embargo, la esencia de su doctrina pide que se responda positivamente, puesto que desarrolla una ética de la responsabilidad, en la que cada persona asume los resultados al elegir la realización de un acto. Supera la visión tradicional griega de que los nobles estaban naturalmente dotados para actuar con nobleza y establece que si bien nacemos con un temperamento, el hombre es capaz de forjar un carácter que le permitirá alcanzar su destino y lograr la eudemonía. No se es, se llega a ser. Es una moral diseñada para la república, deja atrás la homérica y aun la platónica pensadas para la aristocracia. Esto conforma los valores en los que se asienta nuestra civilización que considera a cada individuo capaz de forjarse de sí mismo. La más importante lección que nos deja es que los principios éticos pueden alcanzarse mediante el recto uso de la razón. Por tanto, son universales exigibles a todos los humanos y un “peritaje antropológico” no los puede contradecir.

(O)