Para un diplomático de dilatada trayectoria, que fue canciller de su país y hoy es secretario general de la OEA en busca de su reelección, no habrá sido fácil elegir la frase que profirió en Panamá acusando a los ineptos que dirigen los países como uno de los grandes problemas irresueltos. La frase textual es: “El problema principal son los burros, cuando gobierna un burro, cuando dirige una empresa un burro, ese es el problema porque es irresoluble. Ese problema genera incapacidad productiva, genera incapacidades en el funcionamiento de las instituciones y genera incapacidad en la gestión del gobierno”. Es la primera vez que recuerde que un político subraya un problema real de nuestras democracias de manera tan descarnada como brutal.

Ciertamente el problema de la gestión en democracia es clave para sostenerla en estos tiempos donde el poder se encuentra tan difuminado y en donde creer que lo mal que se hace no lo notará nadie. Hoy se mide la democracia en tiempo real por la manera como las administraciones resuelven el problema de la gente y no como la distraen con sus dislates y torpezas. Parece haberse encontrado un disfrute en las tonterías de nuestros políticos que las exhiben diariamente y sin ningún pudor. Cuando alguien los cuestiona, salen con el argumento que fueron electos por el pueblo que en su gran mayoría son iguales a ellos. Hay una supuesta legitimidad de origen con la que se pretende ocultar las graves carencias que tienen cuando se los pone en frente a los desafíos de la administración pública, pero claramente no son fieles al objeto de la democracia. Los burros creen que sus rebuznos distraerán todo el tiempo la atención ciudadana y que no vemos el costo que tienen sus acciones en el desarrollo de una nación. El dinero que se pierde, la corrupción que se monta y las oportunidades perdidas hacen parte de un mecanismo habitual de los incompetentes que han asaltado el poder.

No estoy de acuerdo con Almagro sobre que el problema sea irresoluble. Si lo fuera, sería una tragedia. Si invertimos en serio en educación, nuestros electores no se verán forzados a elegir entre dos o más burros. Habrían opciones distintas y diferentes. Mejoraría el estándar de gestión con un mayor control y transparencia que la que ahora se da, pero que si no surgen alternativas generan una sensación de frustración con la democracia, que promueve la nostalgia autoritaria. Esta no requería ninguna exigencia a los burros de entorchados. Se podría resolver el problema si existiera voluntad para hacerlo y coraje de parte de quienes puedan ver el costo que tiene ser administrado por los que aborrecen la inteligencia, la moderación y austeridad. Los burros tienen una autoestima exuberante y la exhiben impúdicamente mientras nos distraen sobre sus formas, al tiempo de saquearnos en el fondo. Siempre prueban una y otra vez, y una vez que se los tolera avanzan hasta destrozarlo todo. No tienen recato y la impudicia de sus acciones es su escudo.

Si queremos sostener la democracia y apuntar a su real desarrollo y manifestación, tenemos que desarrollar capacidades que permiten medir el daño que hacen los burros en su gestión, detectarlos a tiempo y evitar escogerlos para cargos importantes. Tarea más que ciclópea en un subcontinente con una notable deuda acumulada en educación, acaso el triunfo más manifiesto de los burros en el poder. (O)