En este mundo, revuelto y enigmático, ¿existe aún espacio para las cosas sencillas y simples de antaño, para esas costumbres que de tanto envejecer se volvieron resistentes? He llegado a pensar que la gigantesca tormenta de una nueva época a la que ya hemos ingresado fue capaz de arrasar con lo generado en milenios para establecer un nuevo modo de ser y actuar, unos moldes desconocidos con opciones foráneas. Sin embargo, he podido observar que bajo la densa hojarasca caída aún se esconde un suelo fértil; que en la tierra existen raíces profundas que se niegan a morir y que la naturaleza pide mirarla como la fuente de la vida. Esos pequeños detalles de antaño que llenaban nuestras horas, ese modo ingenuo de agradecer y esas promesas sin rúbrica que se tornaban sagradas siguen de pie, anidan en muchísimas almas y proclaman que los retoños están sanos, que la vida continúa, que la esperanza nunca se perdió, la fe está intacta, que la ingenuidad venció a la suspicacia.

Han concluido los festejos en torno al 14 de febrero, el llamado Día del Amor y de la Amistad. Imposible festejar ese día si el resto de los días del año no están destinados, también, a cultivar la amistad y el amor. Nadie puede cosechar maíz o fréjol si es que no lo ha sembrado y luego cuidadosamente vigilado hasta que llegue el día de la cosecha y esta sea abundante y de excelente calidad. Imposible cosechar aquello que nunca se sembró. Los amigos de hoy son una maravillosa fuente destinada a refrescar nuestro trajinar y a fertilizar nuestra vida.

Nuestros amigos son las personas, con certeza, que mejor nos conocen. Es bueno tener amigos, esas personas que nos aceptan como somos, que nos comprenden, que buscan nuestro bien, que no pretenden que seamos como ellos, que respetan nuestra libertad, que aceptan nuestra identidad. De la amistad se ha dicho tanto y se ha escrito a saciedad. Pensadores de renombre, filósofos y estudiosos de las leyes de la vida, gente de a pie y de alto vuelo, todos tienen la idea exacta de lo que es y significa un amigo. Cuando los amigos se toman de la mano para hacer de una idea un proyecto y de un proyecto una realización, es difícil que lo pensado no se convierta en realidad. La amistad es una joya.

Ecuador necesita gente que sea su amiga, que sueñe con sus grandes metas, que esté dispuesta a trabajar por su grandeza, que vuelva a pensar en la patria como en su madre. ‘Ama y haz lo que quieras’, decía san Agustín. Si amamos a nuestra patria, buscaremos solamente su bien, no importa el lugar en el que estemos ubicados. ¿Nuestros asambleístas piensan en la Patria? Lo dudo, no demuestran hacerlo. La verdadera patria grande engloba nuestros afectos, ata nuestros anhelos, restaura nuestras heridas, alienta nuestros esfuerzos, fortalece nuestras promesas, cuida del presente y del porvenir, nos invita a soñar.

‘’Cuando la patria está en peligro, todo está permitido, excepto no defenderla”, José de San Martín.