Más que una novela histórica Tiempos recios de Mario Vargas Llosa es historia novelada. La investigación es exhaustiva, el autor domina la información sobre la época, pero la introducción de recursos literarios, como el manejo de varios canales de tiempo, no ayuda a la narración y confunde. Propósito expreso de la obra es reivindicar al presidente de Guatemala, Jacobo Árbenz, mandatario reformista, que intentó introducir en su país cambios sociales. Sin embargo su figura queda en segundo plano, mientras que los villanos como el dictador Castillo Armas, el verdugo Johnny Abbes y la cortesana Martha Borrero son más trabajados, al punto de que en determinados pasajes resultan simpáticos y hasta conmovedores.

El contenido de la obra demuestra que el novelista no es, como muchos creen, un liberal recalcitrante. Aquí se lo ve más bien como un socialdemócrata, que admira al reformismo que prevaleció en la segunda mitad del siglo XX, del que Árbenz y su predecesor Juan José Arévalo fueron exponentes claros. Creían que el subcontinente accedería al desarrollo a través de la distribución de la tierra, el aumento de impuestos, la sindicalización y los códigos del trabajo. Donde se pudo aplicar este ideario, como en Ecuador, Chile y Argentina, quedó claro que de ninguna manera es el camino a la prosperidad. Por supuesto que el sistema imperante en Latinoamérica, que es el mercantilismo feudal, mezcla de capitalismo de compadres con usos esclavistas, no es en forma alguna la alternativa. Para un liberal la fórmula está en la apertura de estos países al comercio, a las inversiones, en el fin del proteccionismo y del paternalismo. Los reformistas como Árbenz siempre consideraron que podían trabajar con comunistas como compañeros de ruta, “hasta hacer las reformas, no más”. Quienes creen eso son los que Vladimir Lenin llamó “tontos útiles”. Este era el peligro de los gobiernos de Arévalo y Árbenz, en los que había cuadros comunistas muy bien situados. El Che Guevara vivió en aquellos años en Guatemala y Fidel Castro se preciaba de ser amigo de Árbenz. Vargas Llosa cae en el error frecuente de creer que ciertas reformas que buscan la redistribución de la riqueza atajan las revoluciones comunistas. Así dice que sin el derrocamiento de Árbenz no hubiese habido la Revolución Cubana, pues este fracaso radicalizó a gente como Castro y Guevara. ¿Vargas Llosa siempre fue un socialdemócrata al que se tomó como liberal?

Hay en la novela una lista de las llamadas “banana republics” y no menciona a Ecuador. Omisión importante porque la United Fruit o la Standar Fruit no jugaron aquí un rol económico y menos político de importancia. El modelo bananero impulsado por Galo Plazo y Clemente Yerovi Indaburu se basaba en finqueros medianos y en exportadores nacionales. Eso cambió al país, pues la riqueza bananera se distribuyó de mejor manera. Eso era lo que necesitaban las repúblicas centroamericanas, libre empresa y emprendimiento privado. Ecuador jamás fue una “banana republic” por más que un dictador lo llame así, sin aportar ningún argumento, en un libro de escaso relieve. (O)