Iván P. Pavlov, nacido en 1849, fue un fisiólogo ruso, miembro de la inteliguentsia de la época. Devoto de la ciencia pura y la investigación experimental tuvo entre sus grandes pasiones la exploración de las funciones centrales del cerebro, lo que le mereció el reconocimiento científico mundial.

A Pavlov también le interesó el funcionamiento de las glándulas digestivas, tema que profundizó a través de múltiples experimentos con perros. Observó que estos secretaban jugos digestivos tan pronto aparecía la persona que les llevaba un trozo de pan. Pero si repetidamente se les mostraba el pan y luego se lo escondía, los animales empezaban, de a poco, a no responder al estímulo visual. Habían aprendido a reaccionar frente a la persona que les llevaba el pan, salivando, como un reflejo condicionado.

El científico descubriría más tarde que la imagen de la persona con el trozo de pan podía ser reemplazada por el sonido de una campanilla o una luz. Su conclusión fue que cualquier estímulo, utilizado frecuentemente, podría provocar una respuesta condicionada.

A partir de los estudios descritos surgieron otras preguntas: ¿el condicionamiento depende del grado de privación de los animales?, ¿hay animales que responden mejor que otros al condicionamiento?, ¿podría generarse un efecto de condicionamiento en seres humanos? Estos interrogantes fueron acogidos por la psicología conductista, y autores relevantes como E. Thorndike, J. Watson, B. Skinner y A. Bandura usaron la corriente conductista en distintos escenarios. La técnica de ‘modificación de la conducta’ se generalizó a campos como la educación especial, el adiestramiento militar, la motivación laboral, entre otros, y tuvo como marco la administración de consecuencias positivas (premios) para reforzar o repetir un comportamiento, y negativas (castigo) para disminuirlo o erradicarlo.

El enfoque conductista fue criticado por propiciar una visión simplista del ser humano en la toma de decisiones y de las variables del contexto que las afectan. Sin embargo, su aporte fue clave para comprender que un estímulo, a base de su repetición, puede provocar una respuesta condicionada en las interacciones humanas. Basta observar, por ejemplo, el consumismo sin límites o, en un plano más político, la forma en que la impunidad puede reforzar el cometimiento de delitos como soborno, fraude y extorsión.

Ad portas de conocer el capítulo final de una posible sentencia condenatoria a varios de los involucrados en el caso Sobornos 2012-2016, contamos ya con información que nos permite aproximarnos a su desenlace: ¿Quiénes ofrecieron estímulos en los laboratorios de corrupción? ¿En qué consistieron tales ‘estímulos’? ¿Quiénes respondieron a la tentación y salivaron por el botín? ¿Qué programas o proyectos estatales se utilizaron para obtenerlo?

Si bien el dinero no se come, es un fetiche que mueve al mundo y se acumula por cualquier vía, sobrepasando los límites legales. Expertos en la materia señalan que: 1) la corrupción empieza con una relación de confianza y reciprocidad entre los involucrados, creando una comunidad de goce perverso, 2) conlleva un abuso de poder, y 3) tiene efectos negativos para terceros. A sabiendas de que se involucran en una actividad riesgosa, los corruptos, narcisistas por naturaleza, perseveran en su cometido porque intuyen (o han comprobado) que no serán castigados por sus actos. Pierden la vergüenza y se convencen de que la permisividad, tanto ciudadana como estatal, les otorga licencia para delinquir.

Diversos autores han señalado los peligros del ‘efecto de la pendiente resbaladiza’ que ocurre cuando un acto deshonesto se convierte en algo socialmente aceptado. En clara violación a la ley y los principios de convivencia, quien comete una acción corrupta puede arrastrar a otros a deslizarse por esta pendiente, minando el sentido de ‘lo correcto’.

La perversión humana sobrepasa de lejos a los perros pavlovianos porque destruye a otros por el placer de hacerlo. La aplicación de fuertes sanciones para los rufianes, la recuperación de los montos sustraídos, y las correspondientes disculpas públicas por su vergonzosa participación son exigencias que hacemos los ciudadanos a los administradores de justicia y a los propios involucrados. Ya es hora de que estos irresponsables depredadores de nuestro patrimonio ético sean repelidos masivamente y a viva voz.

Del Limbo hemos pasado al Octavo Círculo del Infierno, donde la lista es larga. ¿Puede el Ecuador soportar un espectáculo más dantesco?

(O)