A partir del 25 de noviembre del 2019, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer, el mundo ha sido testigo de una serie de manifestaciones feministas en varias ciudades. Y aunque en estos tiempos hay un sinfín de causas feministas loables y muy necesarias sobre todo las relacionadas con la intimidación, acoso y violación, hay otras no solamente contradictorias, sino también contraproducentes.

En Ecuador no tardamos en tener, en nombre del feminismo, y a través de la discriminación positiva, un Código de la Democracia con “paridad de género”. El objetivo es que los binomios que busquen la Presidencia de Ecuador obligatoriamente estén compuestos por un hombre y una mujer o viceversa.

El pensador y economista estadounidense Thomas Sowell, en su libro Affirmative Action Around the World, explica con evidencia empírica y ejemplos de varios países cómo la discriminación positiva no solo que no ha logrado lo que buscaba, sino que muchas veces ha tenido un efecto contrario al esperado. El libro no solo se basa en el feminismo, sino en varios grupos o minoría.

El primer efecto de la discriminación positiva es que dentro de los grupos designados por el gobierno como receptores de un trato preferencial, los beneficios han sido desproporcionados para aquellos miembros que ya son más afortunados. Otro efecto indiscutible es que se concedieron tratos especiales o beneficios por ciertas razones políticas y se desdeñaron las obvias: esfuerzo, capacidades, méritos, virtudes, actitudes, entre otras. Así, no necesariamente se obtuvieron los resultados que se esperaron. Finalmente, según Sowell, los grupos que no recibieron tratos preferenciales reaccionaron de forma adversa contra los que sí recibieron tratos preferenciales. Es decir, aquello que buscaba “inclusión” en definitiva terminó en polarización.

La ley de “paridad de género” que regirá a partir de las elecciones del 2025 supone inclinar la cancha a favor de las mujeres en la política. ¿Cómo se va a tomar en serio a la paridad si la ley supone una cancha inclinada a favor de las mujeres con un árbitro notoriamente parcializado?

Estaré siempre agradecida con las mujeres que lograron lo impensable en tiempos en que solo los hombres podían ser profesionales, tener propiedades y elegir mandatarios. Las raíces del feminismo remontan a la época en la que las mujeres pugnaban por romper con el paradigma patriarcal de opresión para conquistar la igualdad ante la ley. Sin embargo, creo que este tipo de leyes, como la recientemente debatida en el Ecuador, son una ofensa incluso a esas mujeres que pasaron a la historia por conseguir la anhelada igualdad. Resulta que ahora se exige al Estado (sí, a ese mismo “Estado opresor” que es un “macho violador”) una desigualdad de condiciones, como que si las mujeres no fuéramos capaces de llegar por nuestros propios méritos a esos cargos. Parece que el mensaje fuera: no necesitas tener iniciativa ni ser brillante ni innovadora ni carismática. Basta con ser mujer.

Esto, para las mujeres, debería ser tan ofensivo y humillante como el machismo… ese mismo que desencadenó el verdadero y admirable feminismo. (O)