La tendencia del ser humano en las últimas décadas es destruir ciénegas, algas, corales...; talar bosques que oxigenan y permiten a millares de especies seguir viviendo.
Esta acción domina el medio, extiende nuevos suelos para la agricultura, la ganadería, las viviendas, y desaparecen miles de hectáreas del “gigante” mundo verde. Alterada la naturaleza, se expulsan gases de efecto invernadero.
En la cadena de especies que dan vida y oxígeno al planeta está el árbol, generador de energía, desafío a la gravedad que transforma la luz del sol en alimento; laboratorio de la fotosíntesis atrapando el bióxido de carbono que grava materia y agua para producir la lluvia, logrando que la Tierra –nuestro planeta– sea el único hábitat del universo con vida.
Los bosques facilitan la salud y existencia del ecosistema, producen oxígeno a nuestra atmósfera, limpian el aire y son fuentes permanentes de remedios, unas farmacias que desde su interior cuidan de todas las especies, equilibran la vida para vencer enfermedades.
Los políticos, gobernantes, no entienden el ritmo actual de la deforestación, de la explotación minera, de la sobrepoblación, que alteran el equilibrio climático del planeta.
Desafiando las leyes de las probabilidades, nuestra posibilidad de extinción es mayor a la de sobrevivir dado que se está rompiendo el vínculo agua-aire-sol-viento-tierra. Desapareciendo el animal inteligente, los demás seres se salvan.
Estamos a tiempo de revertir este desorden.(O)
Rafael A. Sampedro Coba,
arquitecto, Guayaquil