El alborozo escenificado en la Asamblea al aprobarse las reformas a la ley electoral se justifica más por haber superado un proceso largo e intrincado que por su contenido. Sin duda, algunos de los cambios introducidos serán positivos para la vida democrática del país, pero otros traerán más problemas que soluciones y algunos son claramente inútiles. Entre los primeros está la eliminación de las listas abiertas, que es un paso indispensable para impulsar la creación y fortalecimiento de partidos políticos. Además, obliga al elector a definir claramente su preferencia y no votar, en un mismo acto, por candidatos que mantienen posiciones contrapuestas. Cabe recordar que la modalidad de listas abiertas se derivó de una pregunta mal planteada en una consulta popular y no de un análisis serio sobre la representación y la gobernabilidad.

Entre las reformas que traerán problemas están las nuevas cuotas establecidas para mujeres y, como una novedad, la de jóvenes. El objetivo, en el primer caso, es mejorar la participación y la representatividad femenina, que ciertamente redundaría en una mejor democracia. Pero, su aplicación va a presentar dificultades. Al contrario de la cuota paritaria y alternada –en la que Ecuador es pionero–, que no admite trampas y que se fortalecerá con las listas cerradas, la obligación de que una proporción determinada de listas de un partido sea encabezada por mujeres podrá sortearse mañosamente. No faltarán los partidos que presenten listas encabezadas por mujeres en los lugares donde su derrota sea segura. Así, habrán cumplido con la ley, pero no mejorará la representación femenina. Por su parte, poner una cuota de jóvenes tiene un tufo a demagogia, ya que no se trata de un grupo históricamente marginado. Otra cosa sería que se establecieran condiciones para que los partidos incentiven la participación de los jóvenes, pero sin el absurdo de obligarles a definir las listas por criterios etarios.

De las reformas inútiles, la más visible es la del cambio de la fórmula electoral. A alguien se le ocurrió hace ya mucho tiempo que la mala distribución de escaños legislativos se debía a la fórmula D’Hondt. Sin un solo dato que respaldara la afirmación, políticos y periodistas repitieron que allí estaba la explicación de las abrumadoras mayorías conseguidas por Alianza PAIS. Si se hubieran dado el trabajo de ver las cifras, habrían entendido que no hay fórmula que valga cuando un partido triplica o quintuplica la votación de su inmediato seguidor. Sea por caudillismo o por platos de arroz verde, lo cierto es que fue un fenómeno electoral. Pero, más allá de ello, el elemento fundamental es el tamaño de las circunscripciones. En provincias o distritos donde se eligen dos o tres asambleístas no puede haber proporcionalidad y en las que se eligen cuatro o cinco apenas hay opciones para quienes llegan en segundo lugar. El 85 % de los asambleístas es elegido en circunscripciones de esos tamaños, de manera que con otra fórmula casi nada cambiará. En conjunto, son reformas ambiguas que ponen parches a una ley que debe ser revisada íntegramente. (O)