Amo las palabras. Son un caleidoscopio, un prisma que refleja múltiples luces, un diamante durísimo y transparente con luz interior. Antes de decirlas nacen en el interior, se manifiestan, se escapan, se guardan, se esconden, explosionan, salen a borbotones o con calma, son flores o piedras, pueden ser témpanos o ríos, lagos o manantiales, océanos o cascadas. Esperaron años para ser dichas o son recién nacidas que se estrenan, son creaciones o repeticiones, son prudentes o desaforadas. Son ruidos que nos comunican, sonidos que se articulan, cantos que nos arrullan, gritos que nos lastiman, murmullos que nos seducen, letanías que nos adormecen. Son portadoras de vida, resuenan como truenos o como trinos, siempre producen frutos pues no dejan a nadie indiferente. Amargos, venenosos, agrios, o dulces, pero frutos. Son sentencias, son lápidas, son refranes, son colores, son melodías, son hielo, son fiebre, son viento, brisa, huracán y remanso. Son vigías, centinelas, son murallas y son puentes, son caminos recorridos y otros por recorrer, son encuentro y también distancias, son látigo y son bálsamo, son vida y pueden ser muerte. Son la mejor prueba de lo que llevamos dentro. Son espejo revelador.

Por eso me duelen las palabras despreciadas, que se usan por usar, que se dicen por decir, convertidas en basura que se bota, palabras que se prostituyen para ganar favores, o decir lo que se espera que se diga pero que no tienen como corazón lo que se piensa o lo que se quiere, sino que se convierten en elogio fanfarrón para quedar bien. Almíbar sobrecargado que convierte en felpudo a quien las dice.

Amo las palabras engendradas en el silencio. Mansas, hondas, con la profunda paz de quienes han atravesado todos los fracasos, sufrido hasta el abismo y resurgen con la serenidad de quienes perdiéndolo todo saben que se puede lograr todo. Amo las palabras preñadas de esperanza de Gandhi, Mandela, Luther King.

Eduardo Galeano escribió: “Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea. Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada”.

En los momentos que vivimos, son los gestos, las broncas, los incendios, las piedras, los destrozos, los insultos los que más hablan. Son la desesperación, la impotencia, el caos, el odio, la sinrazón, los que dicen lo que las palabras callan. Poco resuenan las palabras que crean, que construyen, que curan, que unen, que inventan, que inspiran.

¿Serán tan grandes el dolor y la rebeldía que no encontramos las palabras para decirlo y volvemos a la etapa primaria de la humanidad en la que el lenguaje aún no se abría paso para entendernos, conocernos, respetarnos y amarnos y utilizamos el gruñido, el golpe, la violencia para comunicarnos? Ese dolor, esa impotencia, esa rebeldía son experiencias globales, quiebres totales que indican el colapso de un sistema, una manera de vivir, de hacer, de dirigir, de gobernar. Estamos obligados a inventar otro lenguaje que incluya las diferencias, la emoción, la razón, la ciencia, la magia, que nos vincule con todo lo que existe en este y otros mundos, que nos nombre y que nombre otras realidades, las mismas pero más profundas, más inclusivas, más asombradas del misterio de existir y el milagro de vivir. (O)