Lo mejor de este feriado forzado es la distensión colectiva después de la crispación del mes de octubre y el miedo y enojo general que aquejan a la mayoría de ciudadanos. Descansar un poco de los entuertos económicos, políticos y afines en medio del calor asfixiante de Guayaquil es algo que se valora. Puede discutirse si fue la mejor decisión para reactivar la producción, pero la mayoría de las personas que conozco piensa que vino muy bien después de tantas tragedias sociales y futbolísticas… en la Costa.
Poder reírse con ganas sin que parezca desplazado, a pesar de que es un feriado para “visitar” a los seres queridos muertos, hace bien.
Observar la entrega de documentos para el diálogo, de colectivos que hacen la propuesta a nombre de la diversidad ecuatoriana desde la homogeneidad ideológica de sus componentes, a circunspectos funcionarios y autoridades en un salón lleno de fotos masculinas, no deja de provocar asombro.
En ese contexto comparto una metodología que utilizamos cuando queremos desafiar las certezas de quienes creen tener la verdad, que somos casi todos nosotros, para valorar las diferencias que nos enfrentan y buscar caminos de solución que puedan recorrer, por lo menos, la mayoría de ciudadanos a quienes les cuesta entender y valorar todo lo que tienen de indígena. Y a estos todo lo que tienen de mestizos, por lo menos culturalmente. No somos islas, y todos estamos vinculados con todos. Sin mencionar a las mezclas de razas y culturas de otros países, todos ecuatorianos.
Para vivir el desafío de ponerse en los zapatos del otro, los otros, esos que no soy yo, ni nosotros, hacemos un juego de roles que llamamos El jurado. Buscamos un tema urticante, que interese a los participantes de la ciudad costeña de Guayaquil. La legalización del aborto por violación, la cadena perpetua, la pena de muerte, la eliminación de subsidios a la gasolina, la creación de nuevos impuestos, las demandas de la Conaie, los exámenes de Ser Bachiller, Ecuador federado, los acontecimientos de octubre… La verdad que temas que producen escozor no faltan en este amable país. Lo hacemos con estudiantes y con líderes de diferentes organizaciones.
Se dan elementos para que todos tengan fundamentos considerados suficientes para tratar el tema. El coordinador general presenta el problema, qué incidencia tiene, características, interrogantes. Ese es el contenido que se debe discutir. Todos los participantes están emocionalmente implicados y quieren participar en ese debate. Presentamos los acusados considerados culpables en relación al tema abordado, y en el que cada uno tiene abogado que lo defiende y fiscal que lo acusa. Los enjuiciados se buscan entre los que se sabe que siempre están dispuestos a meter presos a los demás, y en el rol que desempeñan deben evitar que eso les suceda a ellos. El jurado se retira a reflexionar a partir de las argumentaciones que oyeron y de las exhortaciones del juez para encuadrar sus decisiones. Luego de un tiempo prudencial, comunican su decisión. El juez aporta desde las leyes que deben servir de marco a lo juzgado.
Lo interesante está en que se elige a los abogados defensores entre aquellos que se sabe que si el juicio fuera real, serían acusadores. Y al revés, los que se conocen que absolverían a los acusados, tienen que ser sus acusadores y presentar argumentos condenatorios.
Ver y vivir el problema desde otro ángulo, con argumentos consistentes, vivenciarlo, sentirlo.
En momentos de tanta polarización puede ser un buen ejercicio para toda la sociedad. (O)