En la iglesia de Santa María en Transpontina en Roma algún personero eclesiástico permitió que se pusieran en una capilla lateral imágenes amazónicas que representaban a la Pacha Mama, diosa de la fertilidad y de la tierra. Además, allí se celebraron rituales ancestrales indígenas. Esto escandalizó a católicos integristas, al punto que dos hombres penetraron en el templo una madrugada, sustrajeron las estatuillas y las arrojaron al río Tíber. Las autoridades religiosas calificaron a la acción de “bravuconada” y a toda esta historia como “insignificante”. De acuerdo, si todo se redujera a esos hechos, pero estos son muy sintomáticos dentro de un análisis más contextualizado.
Por una parte, los puristas que aplauden la erradicación de los “ídolos” ignoran deliberadamente la nutrida historia del sincretismo cristiano. El curso de las religiones formalmente monoteístas es una continua adopción o adaptación de dioses. El dios que nos llega desde el Antiguo Testamento, Yahweh, según la arqueología bíblica y la propia exegesis de los textos sagrados lo han demostrado, fue un dios extranjero con menos solera que Elohim, término que querría decir “los dioses”. Yahweh, lo evidencian las mismas fuentes, se “tragó” a otros dioses de los hebreos, entre ellos a su propia esposa, Asherah. Cuando las distintas comunidades humanas hablan de los “dioses” se están refiriendo a los poderes de la divinidad, del espíritu que crea y sostiene el Universo. De alguna manera el cristianismo regana ese sentido en la elaboración del concepto de la trinidad y más el catolicismo con la asociación de facto de María a la comunidad divina. Además los católicos han sido muy hábiles tragándose dioses al transformarlos en santos, por la vía de la canonización, y diosas convertidas en “advocaciones marianas” casi siempre por vía de algún milagro.
Pero estos sincretismos pocas ocasiones, si es que alguna, son muestras de generosidad o de espíritu abierto. Las más de las veces ha sido un verdadero robo de dioses, que en la Antigüedad se concretaba en el expolio del ídolo y en su incorporación al panteón de la potencia ganadora. Luego vendrían la destrucción de las imágenes y la absorción de los poderes de la deidad derrotada por la victoriosa, más la expropiación de sus lugares santos y la degradación de sus sacerdotes. En todo caso, siempre hubo detrás de estas incautaciones manifiestos propósitos políticos y la justificación de la dominación por ser “voluntad divina”. El hospedaje de las estatuillas amazónicas y el reconocimiento de otras manifestaciones religiosas aborígenes está claramente alineado en los propósitos de un sector de la Iglesia por asociarse al poderoso movimiento populista de izquierda en Latinoamérica. Muestra de que esta tendencia existe fue el confuso mensaje del papa Panchito orando por la paz en Ecuador luego de los recientes desórdenes: “Comparto el dolor por los muertos, heridos y desaparecidos. Aliento los esfuerzos por la paz social, con especial atención a las personas más vulnerables, a los pobres y a los derechos humanos”. Para quien sepa leer el “latín” de la teología de la liberación, le queda claro de qué lado se puso. (O)









