Ser humano. Vida. Principios. Valores. Aborto. Violación. Ponderación. Ciencia. Religión. Cultura. Modernidad. Tradición. Acuerdos. Desacuerdos. Violencia. Derecho. Convivencia… Son algunas de las categorías culturales que se relacionan con el debate nacional sobre el aborto. Cada una de ellas es en sí misma objeto de reflexión permanente que se da siempre a la luz de las cambiantes circunstancias. El diálogo sobre esos conceptos nunca termina. Permanece abierto a la argumentación de la gente.

Sin embargo, el debate –sin que se cierre– llega a un momento institucional, el jurídico, que es una categoría normativa protegida para que se la respete y acate. El desacuerdo puede mantenerse y quienes no se sienten representados por la nueva institucionalidad pueden continuar con su lucha para que sus puntos de vista sean reconocidos. Es posible que la controversia se la viva desde el respeto al criterio de los otros o también desde el ataque inmisericorde a quienes no piensan igual. Entre nosotros, la lucha social se caracteriza por el insulto, la violencia y la descalificación de los que tienen criterios diferentes.

Es lamentable leer y escuchar, diariamente, insultos. En el caso de la no aprobación en la Asamblea Nacional de la despenalización del aborto por violación, se constata lo dicho. Quienes no están de acuerdo con lo resuelto no escatiman improperios para los que sí lo están. Se los califica con los peores epítetos y en muchos casos se los tilda de tontos, atrasados e ignorantes, ironizando desde una dudosa intelectualidad, pedantemente segura de sí misma, que no repara en el debido respeto al otro. Su discurso está marcado doctrinariamente por la tolerancia y su praxis por la intransigencia.

En este escenario forjado por la intemperancia, todo es posible. El lenguaje, arma letal, se emplea para rechazar lo diferente. Se utiliza la palabra “producto” –atroz eufemismo– para referirse al ser humano concebido, con el burdo propósito de desconocer su humanidad intacta, trémula y expectante. Esta terrible adjetivación es un elemento más del discurso que apunta a su muerte. La descalificación de la humanidad de las personas no solamente se da por circunstancias de vida intrauterina, sino también por otras razones, todas venales. Por la pobreza, considerada por muchos como generadora de “productos” precarios y no viables. Platón recomendaba que los seres humanos deben ser el resultado de los considerados como los mejores. Estas y otras formas de eugenesia o selección de “productos” las practicaron los espartanos. También los nazis. En la modernidad se la defiende como mecanismo para potenciar las buenas cualidades y erradicar las malas. El ser humano convertido en “producto” es una pavorosa posibilidad, cada vez más lejana de la ficción y más cercana a la realidad. En la película de ciencia ficción Matrix, el ser humano es una fuente productora de bioelectricidad que la utilizan las máquinas para su funcionamiento.

Proteger la vida del no nacido desde su concepción es trascendental para el mantenimiento de la inefable capacidad de amor y solidaridad, esencias sutiles de la condición humana. Encontrar las formas jurídicas para hacerlo nos desafían como sociedad en esta circunstancia y en todas las otras en las que la vida está en juego. (O)