Qué es lo que le sucede a un gobierno débil cuando se le va el hombre fuerte, es una incógnita muy difícil de despejar. Que se debilita aún más, sería la primera respuesta, porque pierde el principal (o casi único) factor de fortaleza, sin que la suma de los otros logre llenar el vacío. Pero la matemática política no es tan exacta ni tan lógica como la que nos enseñan en la escuela. Por reacción natural, que tiene más que ver con los procesos de evolución y de adaptación de los seres vivos al ambiente, hay muchas probabilidades de que el resultado sea el contrario. Para un organismo frágil, casi indefenso, como puede ser una mesa chica, podría ser más bien una oportunidad para fortalecerse. Pero eso sería así solamente si ese organismo decidiera asumir una actitud proactiva y se hiciera cargo del control de la situación. Dejar las decisiones en las manos inciertas de la naturaleza sería la forma más efectiva para aplazar el proceso evolutivo hasta las calendas griegas.
La salida del consejero presidencial Santiago Cuesta debería ser el elemento desencadenante de ese proceso. Ya es bastante que los integrantes de esa mesa chica puedan dejar de lado la preocupación por los efectos de los reiterados anuncios de proyectos ilusorios, muchos de estos nacidos a partir de sospechosas coincidencias (como el encuentro casual con un supuesto inversionista mexicano que recorría una de las provincias más pobres del país para colocar sus ociosos millones). Es bastante, pero es insuficiente. A ellos les queda aún la tarea más dura, que es la de construir un discurso y un relato que apunten a darle coherencia al Gobierno y, como efecto derivado de esta, que el país vaya recuperando la confianza. Pero nada se podrá lograr si los anuncios insustanciales de Cuesta son reemplazados por los no menos desmedidos y ciertamente delirantes del propio presidente. Lanzar la idea de organizar un campeonato mundial de fútbol con los países vecinos, sin consultar previamente con sus presidentes (allí presentes, sin poder disimular la sorpresa), es tan desatinado como demostrar la habilidad para bromear con una canción en catalán en una reunión sobre el futuro del ambiente planetario o como hablar de átomos voladores en el histórico paraninfo de la Universidad de Salamanca. Francamente penoso y preocupante.
El Gobierno, comenzando por el presidente, necesita un libreto. Pero, al contrario de lo que se suele afirmar, eso no es cosa de los asesores en comunicación, sino de definiciones políticas. El gran déficit de esta administración está allí. La ausencia de rumbo es su señal de identidad. La salida de Cuesta crea el ambiente adecuado para cambiar esa situación porque se elimina uno de los factores que impedían la coherencia. Persisten los rezagos del correísmo, pero sin las interferencias del exasesor, los ministros pueden dedicarse a lo suyo sin necesidad de preocuparse por apagar incendios producidos por fuego interno. Los responsables de definir la línea política podrán actuar sin el riesgo de que una declaración imprudente la tire cuesta abajo.
(O)