Fue la respuesta del gobierno de Bolsonaro a la oferta del Grupo de los Siete de destinar veinte millones de dólares para controlar los incendios en la Amazonía. También los sudamericanos exhortaron directamente al presidente francés, para que se preocupe de su propia casa, de sus colonias y concretamente de la Guyana Francesa, limítrofe con la selva brasileña.

Es que las principales economías industrializadas, entre las cuales están la Unión Europea, Estados Unidos, Canadá, China, Japón y otras –según lo sostiene un informe publicado por Greenpeace– son corresponsables de un tercio de la deforestación global por ser los más grandes mercados de consumo de carne, productos lácteos y biocombustibles que requieren para su producción de grandes extensiones de tierra. Además, en estos países como en todos, cada vez hay más carreteras y ciudades y en consecuencia menos bosques. El desarrollo económico, científico y tecnológico es producto de la riqueza, que en mucho depende de la explotación de los finitos recursos naturales, razón por la cual la mayoría de países apunta a seguir ese camino, que fue y es transitado fatalmente por todos.

El por muchos considerado como un exabrupto del gobierno brasileño debe analizarse en el amplio escenario de la historia humana condicionada en gran medida por el poder. Porque, al igual que con todos los acontecimientos y hechos sociales, no se lo puede entender cabalmente desde una sola perspectiva. Las relaciones del poder global son intrincadas. Por un lado, la lucha incesante para mantenerlo e incrementarlo y, por otro, la vehemente urgencia por acceder a una cuota del mismo por parte de otros países e instancias. Desde esta lógica, todos destruyen para obtenerla.

Todos destruimos. Los países desarrollados, los que quieren serlo en el marco del modelo mundial imperante y los que sobreviven precariamente. Por eso quemamos, para preparar la tierra para la siembra de pastizales y para otros objetivos redituables monetariamente. Se lo hace en América del Sur, especialmente en Brasil, Colombia, Perú y Bolivia. Pero también las llamas son una dramática realidad en África y en muchas regiones del planeta. En Ecuador, el petróleo y la minería son factores que atentan en contra de la naturaleza, de manera más significativa que la propia deforestación, pese al gran deterioro causado por esta acción en nuestra Amazonía y en provincias como Esmeraldas, principalmente.

“Mejor reforesten Europa” es una expresión descarnada, burda y egoísta. Pero nosotros, los individuos también lo somos, porque procedemos cotidianamente de igual manera. Con el uso de varios vehículos en casa. Con la forma dispendiosa de utilizar el agua o la energía. Con el empleo de aerosoles y plásticos. Nos acomodamos y juzgamos, incapaces de actuar de manera coherente con la sencilla nitidez del discurso que protege el ambiente desde la austeridad de costumbres y la conservación. Así somos los humanos. Pero también somos solidaridad, respeto y prudencia. Estas características son vitales en estricto sentido, porque son las idóneas para cuidar la existencia. Por eso debemos protegerla desde la práctica diaria de esas cualidades y no solamente a través del discurso. Como personas podríamos actuar así ahora mismo... si tuviésemos la entereza y la decisión que les exigimos a los otros.

(O)