Hay momentos vividos en la infancia que no he olvidado. Recuerdo especialmente dos. Uno: llamaban a la puerta de la casa. Mi papá me pidió que esperara hasta que él salga a la casa contigua, antes de responder: “Mi papá no está”. Después comprendí la importancia de la espera: mi papá impedía que yo mintiera. Años después explicitó esta enseñanza, cuando afrontó una pérdida económica, para “honrar” su palabra y su firma en un documento: No sé cuánto pagó por haberse comprometido como garante. Comentó: “Aunque no hubiera firmado el documento, estaba comprometido con mi palabra”.
A lo largo de mi larga vida he ido comprobando la importancia social, las implicaciones negativas y positivas de “decir la verdad”.
Intercomunicarse con verdad fundamenta la confianza mutua; y a lo largo del tiempo verdad y confianza fundamentan la amistad. “Le creemos”.
Decir la verdad implica abrir la puerta a relaciones con quienes valoran la realidad. Parte de la realidad son el derecho y la dignidad del otro. Decir la verdad implica al mismo tiempo consolidar relaciones.
No es fácil confiar en quienes callan la verdad; es difícil confiar en quienes la ocultan. No es posible confiar en quienes mienten reiteradamente.
La confianza influye en las relaciones de sociedades de diversa naturaleza y de diverso nivel, hasta en las relaciones internacionales. En las familias, cuyos miembros no se engañan mutuamente, hay confianza, perdón y mutua ayuda. No se engañan, porque ganan y se alegran con el bien de los otros; porque hacen suyo el gozo o el dolor del otro.
La confianza es un fundamento de la paz y de la concordia en las relaciones personales, como las familiares y locales, y en las relaciones entre sociedades pequeñas y grandes.
No parece exagerado afirmar que se ha debilitado en el ámbito personal y social el expresar la verdad, la realidad, como se la ve; igualmente las intenciones, los deseos. Decir la verdad implica manifestar solamente lo relacionado al tema de un diálogo concreto.
Se ha debilitado la expresión de la verdad, a tal punto de recurrir al engaño, para causar daño o para lograr ventajas.
La comunicación se ha desvirtuado hasta el punto de valorar la habilidad para engañar, la llamada “viveza criolla”, como si fuera loable sagacidad.
Se prostituye la política, al confundirla con el arte de engañar, presentando imágenes y promesas como realidades. El mal político, engañando se sirve, no sirve. Lo siguen los aborregados. La sociedad madura cuando supera el aborregamiento, llamado populismo.
Para ocultar el engaño, se ha llegado a confundir la “viveza criolla” con diplomacia.
Diplomacia es decir la verdad con prudencia y sabiduría, para fomentar la mutua comprensión y evitar, o al menos para disminuir, tensiones.
Hablar con verdad y prudencia es uno de los valores más importantes para la persona y para la sociedad: se evitarían tantos conflictos pequeños y grandes, nacionales e internacionales; habría conjunción de aportes para el bienestar de las personas. “La verdad hace libres”. La libertad es creadora. No olvidemos la raíz: primero el ejemplo en la educación familiar y escolar. (O)