Opinión internacional

Cuando se llega a caballo de promesas que no pueden ser cumplidas pero que agradan a los oídos y sentimientos de los votantes, es casi seguro que la decepción y frustración se impondrán a corto tiempo. Eso no importa que el gobierno sea de izquierda o de derecha. Los delirios del poder han llevado casi siempre al fracaso de las administraciones y a la frustración en democracia, de ahí que no es mala idea de buscarnos gestores democráticos aburridos, planificadores, creíbles y serios. Solo que esta lógica necesita de un clima que no es necesariamente el denominador común en nuestros países. Este modelo de liderazgo o de gestores no aparece en circunstancias dominadas por el radicalismo, la pobreza y los extremos. El que parece estable y predecible es percibido como disfuncional y contrario a la política.

El triunfo de Bolsonaro, Trump o Johnson en Inglaterra o los varios ejemplos en América Latina nos brindan un mosaico de delirantes que asumen que la racionalidad está muerta y que hay que jugar con las emociones del electorado para alcanzar el poder y decepcionar. El discurso xenófobo y racista de Trump es emulado por locos asesinos que matan por docenas en locales comerciales y en sitios de presencia masiva de público. El mandatario se espanta de su propio espanto. En Brasil, el gurú de Bolsonaro afirma que habría que implementar unos “cuantos asesinatos” para reducir los 70.000 muertos de manera violenta que registra anualmente ese país. Y lo dice sin ningún rubor, y es probable que tenga adherentes a esa lógica. La primera víctima en las guerras dicen que siempre es la verdad, en los tiempos actuales lo que parece imponerse claramente es el diletante y el delirante. Este distrae y motoriza los sentimientos a favor y en contra, llevando el gobierno a tener que vivir en la cresta de una ola que proyecta miedo e incertidumbre entre todos. El delirante necesita mejorarse con un delirio superior al anterior, cada vez más.

Los delirantes están entre nosotros de manera más evidente que nunca. Llegaron al poder en países incluso altamente racionales, como la Alemania de Hitler, y se mantienen a caballo de sofismas reiterados. La sanción de EE.UU. a Venezuela en términos comerciales es el mejor escenario para Maduro, que ahora tiene un factor internacional para “justificar” su represión y tiranía. No aprendieron en Washington la experiencia con Cuba por casi 60 años y ahora vuelven en Venezuela a equivocarse.

El fracaso de la razón, la intemperancia, la proscripción de la lógica no son otra cosa que la manifestación más elocuente del lugar al que de ex profeso los delirantes han querido llevar a nuestras sociedades agotadas de malos gobiernos y de frustraciones acumuladas.

Debemos volver a los rutinarios, serios, profesionales y comprometidos con la agenda real de la gente. Requerimos más anagogos y menos demagogos. Gobernantes que eleven a su pueblo y no que los rebajen a la condición de rebaños marginales y manipulables. Menos delirio… más razón y compromiso es lo que necesitamos. (O)