Que el nombre de una institución refleje su identidad y trace su derrotero parece tan evidente que el alejamiento, en la práctica, de los adjetivos que la identifican genera interrogantes. En la línea de argumentación de esta columna recurro, a modo de ejemplo, a los nombres de instituciones internacionales como la Organización de las Naciones Unidas, la Organización Internacional del Trabajo o la Alianza del Pacífico. Que la primera de las mencionadas o las siguientes no sean colectividades de estados, no se vinculen con lo laboral o no tengan relación con el océano Pacífico y sí con el Antártico o el Índico sería sorprendente y nos llamaría a la reflexión. Escribo este texto desde la premisa de la necesidad de coherencia del título de las instituciones con su quehacer, refiriéndome a las universidades que se definen como católicas o tienen nombres católicos, sin que su actividad necesariamente responda a esas calificaciones.
El término católico implica universalidad. Exige aceptación de la verdad de la palabra divina e intención permanente de sus miembros para adaptar sus vidas a ella. La Iglesia católica es la única fundada por Cristo, encomendada a Pedro para que difunda su dogmática, mandamientos, sacramentos y formas de vida requeridas por la fe y la razón.
Si lo afirmado es válido para los integrantes de la Iglesia católica, ¿lo es para instituciones que toman su nombre para identificarse?, ¿para universidades que así se denominan? Parecería que sí. Entonces, ¿cómo podemos entender que en estas instituciones no se trabaje de manera firme, validando en la práctica académica su dogma de fe? No con el fin de excluir otros criterios, sino como fundamento de los procesos de enseñanza, aprendizaje, investigación y educación en general. Porque en la academia no es suficiente la celebración de ritos litúrgicos en eventos colectivos. Porque el dogma católico debe estar presente en esas instituciones como eje transversal, puesto que toda acción requiere de una fundamentación moral, en este caso teológica.
No conozco una explicación sobre el tema que provenga de las instancias a las que me refiero. Me atrevo a utilizar alguna reflexión personal procedente de lo que sucede en el ámbito social… en el afán de muchos de cambiar un pasado considerado como inaceptable, la crítica a la Iglesia es vital, por su rol histórico y definitorio en la construcción de las estructuras sociales aún vigentes. Lo católico ha sido y es objeto de ataques sostenidos –especialmente desde la Revolución francesa– que han logrado posicionar referentes de autoridad distintos. Frente a las nuevas formas de pensar, muchos católicos se amedrentan e intentan adaptarse allanándose a lo que va en contra de su credo. Esta posición es una equivocación, no porque no se cometan terribles e inaceptables faltas en la Iglesia, sino porque la pertinencia moral de su dogmática es un referente luminoso. El concepto católico no puede ser invalidado por los yerros de sus seguidores, como no puede serlo el de la democracia por los constantes desafueros de ciudadanos y políticos que actúan al margen de sus fundamentos y principios. Nadie se permite decir que la democracia debe ser desechada por esos errores, pero sí lo hacen con la Iglesia.
(O)









