Las iniciativas que resultan productivas para el país deben ser siempre apoyadas y empujadas. Ahora, lógicamente, la cuestión es distinguir cuáles son esas iniciativas y qué tan productivas resultan, pues a veces, lo que es favorable para unos puede perjudicar a otros y así entramos en un círculo vicioso de discordia que no tiene fin.

A propósito de la Alianza del Pacífico, que estos días acapara las primeras planas, viene a mi memoria el escenario de conflicto que generó en su momento el intento de firmar un TLC con Estados Unidos. Evidentemente que en ese momento, mucho jugaron los criterios ideológicos que finalmente terminaron cerrando la puerta a un acuerdo, que ya nunca sabremos qué tan positivo hubiera resultado para nuestro país.

Más allá de los aciertos o errores que se pudieron cometer en su trayecto, pienso que las múltiples enseñanzas que dejó para nuestro país este proceso debieron utilizarse de mejor manera, en lugar de desperdiciar la experiencia ganada.

Y ahora aquí estamos, muchos años después, nuevamente frente al desafío de formar parte de un grupo de países que busca alianzas económicas.

Sinceramente las críticas que veo son las mismas de siempre: que no estamos en condiciones de competir, que las empresas afrontan mucha carga tributaria, que aumentará la salida de divisas, que aumentará el déficit comercial y otras quejas más, que son las mismas desde que decidimos unirnos a la CAN, hace 50 años. Es decir, no tienen vergüenza de seguir con un discurso que en resumen deja entrever que en muchas décadas no han logrado ponerse a tono con la competencia mundial.

Entiendo perfectamente que en cada decisión habrá sectores más afectados que otros y es comprensible que cada cuestión que se propone tenga detractores, pero pensar que en un acuerdo multilateral no vamos a tener que renunciar a nada, o pretender que seamos los únicos beneficiados del pacto, es irreal y ridículo.

Si existe daño para un sector concreto, presenten los estudios del impacto real y propongan alternativas, construyan propuestas viables y, entonces sí, construyamos juntos. La queja y la amenaza del desastre no son en sí vías de resolución de ningún conflicto.

La solución nunca será encerrarnos en posturas personales ni gremiales, que solo nos alejan de dos realidades imposibles de dejar de lado: la competitividad y la globalización.

Nos guste o no, necesitamos insertar a Ecuador en un concepto moderno de comercio y de intercambio de bienes y servicios que sea lo más técnico posible. La postura de lamento ideológico de los años anteriores ya no funciona en un mundo que se mueve a una velocidad vertiginosa.

Ojalá el Gobierno acierte en las decisiones que tome, ojalá la iniciativa nos empuje un paso más hacia el progreso. Ponemos nuestra confianza en que se actúe con criterio técnico y pensando en la conveniencia de las mayorías, pues de estos temas depende en gran medida el futuro de nuestra economía, que se traduce en el bienestar de muchas familias y ciudadanos que queremos desde hace mucho tiempo ver un despegue económico real de este país. (O)