Las noticias a diario nos muestran la insipidez y estupidez de los actos humanos en nuestras localidades y en el mundo, pues con frecuencia lo importante se disuelve ante lo vacuo. Incluso nos hemos autoconvencido de que nuestras ideas –en las redes sociales, con la familia, en los lugares de trabajo– son insustituibles y estamos dispuestos a defenderlas pagando costos muy altos, creyendo que, si no son aceptadas tal cual, algo funcionará mal. Parece natural que así sea porque cada uno de nosotros es una suerte de centro del mundo en el que todo lo demás y todos los demás orbitan a nuestro alrededor.

Pero ese sitio que cada uno ocupa en su entorno adquiere un nuevo matiz si se trata de pensar cuidadosamente dónde estamos y dónde vivimos. Esto es lo que propone y consigue la serie documental Una extraña roca (2018) de la National Geographic, de diez capítulos, cuya singularidad, al recontar la historia de la Tierra, es que incorpora la visión de ocho astronautas que han observado nuestro planeta desde el espacio exterior: una experiencia única que ayuda a resaltar la variedad de formas y paisajes, la interconexión de los elementos que facilitan la vida terrestre, la comprensión de cuán vulnerables somos como especie.

Solo 533 personas han visto la Tierra desde el espacio y esta serie –presentada por el actor Will Smith, guía de este viaje con unas vistas cinematográficas espectaculares– sostiene que examinar la Tierra desde el espacio exterior supone un antes y un después para la comprensión de la vida. Grabados en 45 países de 6 continentes y en la Estación Espacial Internacional, los capítulos nos abren a nuevas comprensiones sobre qué es respirar y qué respiramos; sobre la formación de la Tierra y la violenta tormenta cósmica que por millones de años llenó de agua los océanos; sobre el paso del tiempo y la cortedad de la vida.

La serie nos aclara que, en realidad, el Sol es una estrella de luz verde con una furia asesina milagrosamente contrarrestada por nuestra delgada capa de 12 kilómetros de atmósfera; también sorprende haciéndonos saber cómo en el vacío exterior el Sol luce como una estrella y no como el disco que vemos. Aprendemos más sobre el papel del agua en el origen y mantenimiento de la vida y la increíble relación de la riqueza del fondo oceánico con las arenas de los desiertos empujadas por ríos aéreos que vuelan por los trópicos. Aquí se nos revela lo gigante, lo pequeño, lo inestable, lo seguro.

Esta Tierra es el lugar de la vida y la muerte, pues la muerte es un nuevo principio, un reciclaje natural inacabable. Cinco extinciones masivas han traído degradación y después florecimiento en esta inmensa roca –hasta ahora, única en el universo– que está viva, tanto como nuestro cerebro humano, una complejísima e inexplicable máquina con casi cien mil millones de neuronas, el mismo número de galaxias que existirían en el universo observable. Mirar la Tierra desde el espacio modificó en los astronautas la idea que tenían de hogar. A nosotros también al ver la Tierra con sus ojos. (O)