Me refiero al magisterio. Acabamos de celebrar el trece de abril, Día del Maestro Ecuatoriano. Para hablar de él nunca es demasiado tarde ni suficiente. El oficio de enseñar a la niñez y juventud difiere radicalmente de aquellos oficios destinados a cumplir tareas dispares con fines disímiles entre sí. El objeto-sujeto de la educación son los seres vivientes: una tarea que tiene su comienzo y sabe a dónde dirigirse, pero que difícilmente tiene un punto de llegada porque el ser humano es un individuo en permanente construcción. Los párrafos siguientes sirvan de homenaje a los educadores que hoy, más que ayer, sienten que su brújula ha sido manipulada con fines alejados a su verdadera misión.
La Península de Santa Elena celebró el Día del Maestro con un cielo azul y un sol radiante. ¿Coincidencia? La misión del maestro es precisamente iluminar, ser luz para quienes la requieren, ser consejo para quienes lo demandan, ser guía y báculo que afirme senderos e impida caídas. Mi madre fue mi maestra. Mi padre completó el trabajo. Mi familia creó el hábitat necesario y mi escuela me dio a conocer un mundo más amplio y fascinante. Este simple procedimiento tradicional y familiar es menester reinventarlo, es decir, vestirlo con nuevos ropajes sin que pierda su esencia. Llegué a ser maestro y me convertí en alumno de la escuela de la vida. Seguiré en ella hasta que reciba la última lección de cierre del tránsito por este orbe donde me hice y me sigo construyendo con la lentitud de quien no tiene prisa y con el apuro de los días que se van. Romper cadenas fue juramento y promesa. Orientar vidas, quimera sublime. Cosechar nunca pretendí, cada vida tiene su tiempo y es un misterio. Cada niño, un campo fértil. Cada educador, un sembrador.
Es posible que ustedes no se lo imaginen, pero soy una persona profundamente agradecida con la vida. La vida no es un término vago. La vida, mi vida, incluye a muchos: a quienes me procrearon y a todos los que se preocuparon de mi ser, tanto en su aspecto físico como espiritual y moral; es por esto que soy grato con quienes me regalaron su luz, me ayudaron a distinguir lo bueno de lo malo, lo conveniente de lo dañino; a quienes me guiaron por los parajes de la verdad, la justicia, la bondad, la sinceridad, el trabajo y la honradez. Gracias a mis abuelos maternos, a mis padres, a mis maestros de escuela, a los ancianos de mi pueblo, a mi familia y vecindad, a todos quienes –la lista es extensa– me dieron la mano para seguir el camino que conduce al encuentro con la vida. Fui maestro. Soy maestro. Privilegio inmerecido. Todos –de una u otra forma– fuimos y seguimos siendo maestros.
El ministro de Educación, Milton Luna, conoce qué pasa con la educación en Ecuador, sus males y aciertos; se requiere acelerar procesos. Sus sueños y desvelos deben dejar de ser tales. Es urgente el cambio de horizontes. ‘Obras son amores y no buenas razones’.
(O)