En medio del ajetreo electoral, del baile de cifras que sirven indistintamente para demostrar triunfos, derrotas, empates, amores y rechazos, las redes sociales se llenaron de fotos y mensajes cruzados entre los miembros de la familia del presidente Moreno. Si hasta hace poco parecía que, con sus prácticas de espionaje, los correístas habían logrado que la política chapotee en el lodo, ahora la hunden hasta el fondo al hacer de la canallada un instrumento político. Si a alguien aún le quedaba alguna duda sobre la ética de esos individuos, después de este episodio solo queda la certeza de que estamos y estuvimos frente a una organización delictiva. La rapidez con que se activaron los troles –con su líder a la cabeza y el apoyo de Assange–, demuestra que se trata de una trama cuidadosamente planeada. En la estrategia están definidos con precisión los momentos en que deben estallar las bombas.
Lo más grave es que estas prácticas no son nuevas. Vienen de mucho tiempo atrás y con su repetición casi llegaron a adquirir carta de naturalización. Ahora se hacen evidentes porque aluden a la familia presidencial, pero este mismo episodio comprueba lo que se conocía previamente. Por las mismas cuentas se difundieron mensajes y conversaciones privadas de decenas de personas consideradas peligrosas (Emilio Palacio, Martha Roldós, Fernando Villavicencio, Kléver Jiménez, Andrés Páez, entre otras). Incluso, como que fuera lo más normal del mundo, se ventilaron en sesiones de la Asamblea y fueron jugoso material para las sabatinas. Los que las ponían a correr lograron su objetivo cuando el afán por escarbar en el contenido de los mensajes y en el detalle de las fotos hizo olvidar la pregunta central sobre el origen de las filtraciones.
Esa, que debió ser la preocupación básica, debería ser también –y con mucha más razón– la de este momento. Se sabía que el sistema de espionaje (montado desde la operación Libertador y perfeccionado por la Senain) funcionaba en perfecta armonía con el aparato de comunicación y con el ejército de troles. Políticos de oposición, periodistas de investigación, columnistas, activistas sociales, entre muchos otros, sabían a lo que se exponían con una conversación telefónica o con un correo electrónico. Lo que no se sabía era que el espionaje iba dirigido también hacia los miembros del propio grupo (¡cuántos estarán rogando para que no les llegue su momento!).
Las filtraciones del entorno de Lenín Moreno fueron hechas bajo el gobierno de Correa y demuestran profesionalismo. El sentido común dice que es poco probable que en ese tiempo lo consideraran como un enemigo que debía ser vigilado, pero lo hicieron porque el autoritarismo se sustenta en el temor. Como lo refleja la película alemana La vida de los otros, todas las personas son potenciales conspiradores, consecuentemente el Estado tiene no solo el derecho, sino el deber de husmear en la vida privada. Por lo que se puede ver, buena parte del aparato de espionaje quedó en manos de ellos. Lo siguen usando para entrar en la vida de nosotros. (O)