A mí me gusta la música tropical, cuando estoy triste (y sola) escucho de todo, excepto reguetón, y cuando llueve bailo, no para provocar más lluvia, sino porque no puedo ir a caminar al parque. Hace poco bailaba ese merengue: “Ay mami, ¿qué será lo que quiere el negro?”, y a renglón seguido aquel del mono que dice: “Dale plata a que siga”. No me pregunten por qué pero en lugar de cambiar de ánimo me puse muy seria y empecé a acompañar mis movimientos desacompañados con pensamientos sobre las elecciones seccionales que se avecinan. ¿Han visto la cantidad de candidatos? Diecisiete personas aspiran a ser alcalde de Guayaquil y dieciocho de Quito, no dos, no tres ¡dieciocho! Ay mami, ¿qué será lo que hay detrás de una alcaldía?

No he vivido día a día los cambios en Guayaquil, no he sufrido ahí trámite alguno, entonces es fácil ver los toros de lejos, pero de aquella ciudad en cuyas paredes se leía Prohibido orinarse aquí por orden de Abdalá y recordar la nefasta entrega de juguetes que Elsa Bucaram hiciera por un tobogán, sí hay una mejora, al menos hasta donde ve una visitante casual. Quito, en cambio, me duele a diario, la sufro a diario, la lloro a veces.

Al recorrer Quito, esta ciudad larga, congestionada, trepada en los montes: a veces con el orden de las lujosas urbanizaciones, a veces a la buena de Dios típica de la pobreza. Esta ciudad con uno de los centros históricos más lindos de América y también con los edificios posiblemente más feos del continente. Al recorrer esta ciudad cercana a valles y a montañas y a ríos, al ver sus contrastes me pregunto si tal vez no necesitamos dieciocho alcaldes, porque Quito no es una, son muchas.

Muchos barrios padecen de falta de agua, mientras en otros se la derrocha. Apacibles y solariegas urbanizaciones de la periferia invitan a caminar, mientras en el centro norte los edificios han tapado el sol, han robado la vista y han vuelto la ciudad estrecha. Grandes avenidas se cruzan a veces con diminutas calles sin salida. Abundan los barrios con casas lindas, diseñadas, planificadas y abundan también unos pequeños mamotretos, con los “hierros de la esperanza” a la vista, para construir un nuevo piso, eso sí con puertas Lanfor y formas rebuscadas. Los parques son distintos en un lado y en otro, mientras en algunos podemos caminar en paz, a otros no nos podemos acercar por su peligrosidad y falta de higiene.

Estas elecciones deberían llevar a los entendidos a debatir sobre las verdaderas necesidades de Quito. ¿No habrá llegado la hora de una división política coherente? El origen del caos podría ser que muchos Quitos conviven en un solo Quito. Los contrastes están a la orden del día, las necesidades de sus habitantes son distintas, sus deseos son otros. Entonces el reto para cualquiera de los dieciocho que gane la alcaldía es enorme.

Ay mami, ¿qué será lo que hay detrás de una alcaldía? Ojalá el ánimo de servir, y no de hacer de la alcaldía de Quito un peldaño para su futura carrera política. (O)