En el informe Latinobarómetro 2018 se concibe a la violencia como una de las enfermedades más complejas de la región, en tanto las personas ven amenazada a diario no solamente su seguridad y la propiedad de los bienes, sino algo fundamental: su vida. Valga destacar que en ese estudio se concluye, en general, que existe en América Latina, en estos últimos tres años, un incremento en la percepción de lo que se denomina violencia más dañina, esto es, violencia intrafamiliar con mujeres, violencia intrafamiliar con niños, violencia en las calles, crimen organizado, pandillas, acoso, violencia de Estado y violencia verbal.
Lo cierto es que muchos países latinoamericanos han dejado de ser esa isla de paz para transformarse de a poco en espacios donde los violentos han echado fuertes raíces, como resultado no solamente del desmoronamiento institucional, la vigencia de narcodemocracias, estados fallidos, delincuencia común y galopante corrupción, sino también como consecuencia de una franca descomposición social, escenario donde predomina la desigualdad social y en el que la gente ha sido degradada a la condición de mera mercancía, como resultado de la cosificación del hombre y de la mujer. Somos cosas conectadas a la fiebre del consumismo en la era global, en ‘sociedades líquidas’, sometidas a la dictadura de la inmediatez y a los mandatos de un mundo en el que los individuos no están necesariamente atados o comprometidos con casi nada en el largo plazo y en la que, a decir de Zygmunt Bauman, el cogito cartesiano ahora bien puede ajustarse a la expresión: “Consumo, luego existo” en medio de la obsesión y compulsión por comprar y del inmediato descarte.
Estamos frente a una sociedad, en muchos casos, insensible y egoísta hasta la médula, que reconoce la existencia de las personas solamente en la medida en que estas puedan formar parte de la ley de oferta o demanda de mercado. Por diferencia, los otros terminan siendo invisibilizados, los desheredados del sistema.
El desplazamiento forzado de personas, así como el alto índice de refugiados en esta parte del hemisferio expresan una realidad lacerante y es la de poblaciones que huyen desesperadas de una marcada violencia o asfixiante pobreza.
Desgraciadamente, la violencia tiende a agravarse en la medida en que existe una evidente desconfianza en las instituciones encargadas de brindar justicia y seguridad, valga decir, las cortes, fiscalías, cuerpos policiales y militares, etcétera, en muchos casos, envueltos en la corrupción y sus poderosos tentáculos.
Ahora mismo, se desvela el horror que se vive en las cárceles del país, donde la llamada rehabilitación social está muy distante de ser una realidad. Por el contrario, esos centros de reclusión ahora no solamente son noticia por el hacinamiento sino además por ser tenebrosos lugares desde donde se planean delitos, agresiones y hasta muertes.
De no mediar acciones contundentes para aligerar esta pesada atmósfera, estamos camino a vivir en una sociedad de tipo hobbesiana, donde predominan abiertamente el miedo, ansiedad y la muerte, y en la que el hombre termina siendo el lobo del hombre.
Es hora de actuar con decisión y entereza. (O)
* Economista.
Estamos frente a una sociedad, en muchos casos, insensible y egoísta hasta la médula, que reconoce la existencia de las personas en la medida en que estas puedan formar parte de la ley de oferta o demanda de mercado. Por diferencia, los otros terminan siendo invisibilizados, los desheredados del sistema.