La legitimidad de un Estado proviene de los derechos que los individuos le encargan proteger, si un gobierno sustrae esos derechos no representa más a ese conglomerado humano. Ninguna dictadura, es decir ningún gobierno que no provenga de la expresión cabal del acuerdo de sus ciudadanos, tiene derecho a invocar soberanía para defender un territorio. Esto quiere decir que donde no hay libre determinación de los pueblos, no hay soberanía. La libre determinación sólo existe donde hay comicios libres y transparentes, de acuerdo a las convenciones mundialmente aceptadas, y donde se respetan las libertades básicas de los individuos. Con esos parámetros se puede perfectamente decir que la soberanía del pueblo venezolano está secuestrada por su gobierno y no puede apelarse a ella para impedir una intervención internacional. Peor aún cuando se trata de un país ocupado por tropas extranjeras, cubanas en este caso, que contarían hasta con cuarenta mil efectivos.

Hasta allí la teoría. En 1983, en Grenada, un grupo golpista, respaldado por tropas cubanas, asesinó al primer ministro Maurice Bishop y se tomó el poder. Pero eran tiempos de Ronald Reagan, Estados Unidos y sus aliados caribeños desembarcaron en la isla y con una operación de precisión restauraron las instituciones republicanas, con bajo costo de vidas y bienes. Una intervención así en Venezuela, un país muchísimo más grande y complejo, desataría un conflicto violento e impredecible, que a la larga traería más sufrimiento del que ya tiene el pueblo cuya soberanía se pretendería restaurar. Otra posibilidad es organizar y sustentar una oposición armada, con ciudadanos del país plagiado para que sean ellos quienes luchen por la recuperación de sus derechos. Es lo que se hizo en Nicaragua, también en tiempos de Reagan, cuando los "liberadores" sandinistas pretendían instaurar una dictadura marxista. Los grupos guerrilleros llamados "contras" finalmente obligaron al sandinismo a organizar elecciones libres, en las que fue derrotado. También parece un camino arriesgado, porque las fuerzas armadas venezolanas, profundamente infiltradas por agentes castristas, tienen un poder bélico que difícilmente podrá ser desafiado por irregulares.

Sólo queda un camino, que ya ha empezado a recorrerse: la presión económica y diplomática progresiva. Es lo que se trató de hacer con Cuba desde los años sesenta, con poco resultado. Habrá que evitar los errores cometidos en ese caso. Quizá habría que añadir un verdadero bloqueo naval con precauciones. En Cuba nunca hubo bloqueo, sino un embargo, medida mucho más laxa. Lo que salvó por años a ese país antillano fue la limosna soviética. Rusia y China pueden ahora jugar ese papel en Venezuela, pero lo mismo que hace imposible una aventura bélica, agrava las consecuencias de un bloqueo: el tamaño y la complejidad del país. El salvar a Venezuela podría ser una empresa más allá de las posibilidades de esas potencias. De hecho China ha impuesto severas condiciones a su ayuda financiera y Rusia exige puntualidad en el pago de las obligaciones. En cambio, el ejercicio de un bloqueo para Estados Unidos y sus aliados es un esfuerzo manejable. (O)