Hace aproximadamente quince años se comenzó a poner adjetivos a las izquierdas. Eran los días en que América Latina asistía al surgimiento de gobiernos que, aunque explícitamente declaraban su ubicación en ese espacio ideológico, diferían en muchos aspectos unos de otros. Básicamente, presentaban importantes diferencias en las políticas económicas y en la manera en que entendían la democracia. A una de esas izquierdas se la tachaba de populista, nacionalista y retrógrada, mientras a otra se la identificaba como moderna, reformista y de mente abierta. Esos calificativos tuvieron mucho de caricatura por la fuerte carga ideológica que los guiaba, pero no se puede negar que fueron útiles, ya que reflejaban una realidad evidente. Sin embargo, se quedaban cortos, porque las diferencias eran más numerosas que las mencionadas y por tanto el número de izquierdas era mayor.