Hace aproximadamente quince años se comenzó a poner adjetivos a las izquierdas. Eran los días en que América Latina asistía al surgimiento de gobiernos que, aunque explícitamente declaraban su ubicación en ese espacio ideológico, diferían en muchos aspectos unos de otros. Básicamente, presentaban importantes diferencias en las políticas económicas y en la manera en que entendían la democracia. A una de esas izquierdas se la tachaba de populista, nacionalista y retrógrada, mientras a otra se la identificaba como moderna, reformista y de mente abierta. Esos calificativos tuvieron mucho de caricatura por la fuerte carga ideológica que los guiaba, pero no se puede negar que fueron útiles, ya que reflejaban una realidad evidente. Sin embargo, se quedaban cortos, porque las diferencias eran más numerosas que las mencionadas y por tanto el número de izquierdas era mayor.

Ahora, cuando ese ciclo está concluyendo y comienza a dibujarse un giro político-económico-ideológico de signo totalmente contrario, va a ser necesario aplicar aquella clasificación a las derechas. En realidad, ya se lo ha comenzado a hacer, como se puede comprobar por los calificativos asignados a Trump, en el un extremo, y a Piñera, en el otro. La comparación/diferenciación entre ambos es la misma que se hacía entre Chávez y Mujica o entre Ortega y Bachelet. Así como las izquierdas fueron heterogéneas, ahora lo son las derechas. El brasileño Bolsonaro no es el argentino Macri y el hondureño Hernández no es el peruano Vizcarra. Todos ellos y otros más están en la derecha pero, así como sus antecesores eran tan diferentes a pesar de ocupar un mismo espacio, estos solo comparten el tronco familiar pero se separan en sus acciones.

Así como la identificación de las diferencias de las izquierdas fue muy útil, no solo para fines académicos, sino sobre todo para la política, ahora lo será la de las derechas. Alianzas y rupturas en el plano internacional dependieron en gran medida de la comprensión de esa realidad. De aquí en adelante se repetirá la historia, pero con los nuevos gobiernos que están poblando el continente. Para Ecuador, un país pequeño (insignificante diría el compatriota hospedado en la embajada) y con escaso peso no solo en el panorama mundial sino en el continental, será de fundamental importancia contar con un mapa preciso de esta nueva realidad.

En estos días se ha perfilado un cambio en la política exterior con la posición asumida ante el problema venezolano. En principio, esto ha significado tomar distancia de los socios de antes, pero no está claro quiénes serán los nuevos amigos. Si no hay una identificación precisa del nuevo mapa, se corre el riego de llevar al país al limbo, a un espacio de nadie, sin referencias claras, con su suerte definida por decisiones ajenas. Si la realidad es la de un vecindario inclinado hacia la derecha y si esta es tan heterogénea como lo fue la izquierda, es imprescindible recoger con precisión las características de cada una de las corrientes para definir la propia posición. Mucha sutileza será imprescindible para evitar malas compañías.

(O)