En lo político, el balance del año que termina presenta una constante oscilación entre tímidos avances y notorios retrocesos en temas fundamentales para el país. Las explicaciones pueden ser muchas, desde la debilidad de las instituciones hasta los cálculos de oportunidades individuales, pasando por la dificultad para comprender una situación compleja como la que vive el país. Dentro de todos esos factores, cabe poner la mirada en los actores principales, el Gobierno, la Asamblea y las organizaciones políticas. Ninguno de ellos logra definir su respectiva posición y trazar un rumbo claro, mucho menos buscar puntos de acuerdo con los otros. Siguiendo la vieja costumbre de la política nacional, consideran que toman ventaja al no presentar abiertamente sus cartas.

Por ello, el impulso inicial del Gobierno, concretado en la consulta popular, tuvo un frenazo que lo puso en modo pausa por lo menos hasta el cambio vicepresidencial y la reestructuración del Gabinete. La dificultad para conformar un equipo de gestión política en torno al presidente fue el resultado de múltiples indefiniciones propias y ajenas. Es verdad que lo más visible es la baja capacidad de acción política del Gobierno, pero el análisis no puede obviar lo que sucede con el legislativo y con los partidos. En el primero aún no están definidos con precisión los límites que separan a los dos o más grupos en que se dividió la bancada elegida con la sigla de Alianza PAIS. Pueden separarse como enemigos a muerte hasta que les llega un tema que agita el pasado de todos, de esos que remueven los esqueletos ocultos en los armarios, entonces entran a jugar presiones y chantajes. Ahí se borran las líneas divisorias y votan como un bloque. Es fácil imaginar la desesperación de los noveles ministros que ven cómo falla el cálculo que aparecía tan preciso en la pizarra o en la pantalla.

Lo que sucede con el resto de partidos puede parecer diferente, pero es tan estéril para el país como lo que ocurre con la no resuelta disputa morenismo-correísmo. La visión de corto plazo, circunscrita a micro espacios territoriales –cuya mejor expresión es el desproporcionado número de candidaturas locales y provinciales–, les lleva a asumir la virginidad como valor supremo para su inserción en la sociedad. El temor a contaminarse de las carencias de un gobierno que requiere urgentemente de apoyos decididos y explícitos, lleva a dibujar un círculo nefasto en el que la debilidad inicial se agrava por la ausencia de soportes políticos que puedan traducirse en leyes y reformas concretas. Como si el país no estuviera frente a una situación económica que solo por preciosismo académico no es calificada como crisis, y ante una situación política de asedios múltiples, miran para otro lado y sostienen que no es cosa de ellos. Dejan abandonada la cáscara de nuez en medio del oleaje.

Con elecciones seccionales en marzo y las presidenciales y legislativas a la vuelta de la esquina, no cabe esperar que en el nuevo año se terminen los vaivenes y se establezca un rumbo claro. (O)