Estamos aún en días menos propicios para la suspicacia en interpretar juntas las palabras política y clero. Los sacerdotes debemos hacer política, la política del bien común. Por nuestra identidad, que tiende a la totalidad, reconociendo la importancia de las partes, no hemos de encerrarnos en política de partido. Limitando la reflexión a la economía y a la libertad, ha habido, hay y habrá políticos (de partido) honrados, menos honrados y ladrones “de cuello blanco”.

A contraluz de la realidad actual, el testimonio de Velasco Ibarra como que grita a los ciudadanos, añadiendo a sus palabras la amonestación con su dedo: política es servir, no servirse. Servir con austeridad, a la libertad, la justicia, la honradez.

Firmó con su vida la lección hoy dolorosamente actual: el poder sirve para servir, no para servirse. El cinco veces presidente murió pobre: su esposa no tuvo dinero para un taxi. Él no tuvo casa; se hospedó en casa de un sobrino. Murió después de haber colocado a Ecuador en proceso de libertad de elecciones, de libertad educativa en escuelas, colegios y universidades.

Ciudadanos, no seamos cándidos con los candidatos: exijamos programas concretos; no bastan “cuentas alegres”, exijamos cuentas, contrastando los bienes que deben declarar al iniciar su servicio con los bienes que tienen en cabeza propia o cercana, al terminar su mandato. Se requiere una ley de fácil aplicación que exija devolución.

No se puede afirmar, pero sí sospechar que los gobernantes que no exigen cuentas a sus antecesores actúan curándose en salud: “Hoy por ti, mañana por mí”. Una pregunta surge de la mente y del corazón de ciudadanos pensantes: los candidatos para alcaldes están apareciendo como hongos. ¿Son posibles y reales 10 programas distintos para municipios? Por “bien pensados” que intentemos ser, se nos impone la sospecha de que el (la) candidato (a) no busca tanto servir cuanto servirse. A contraluz recuerdo experiencias de ayer humanamente cercanas: los presidentes de concejos municipales (alcaldes) servían gratuitamente (les aseguro) con plena dedicación. Eran “tontos”: se sentían retribuidos por el honor de servir. Las campañas electorales eran igualmente fogosas que hoy. El ser y parecer honrado y servidor de la comunidad era un gran tesoro; era lo mejor que, junto con un trabajo, se quería y podía dejar a los hijos. ¿Hemos progresado? ¿Hemos retrocedido? Depende del cristal con que se mire.

La supresión de la educación en valores, en coincidencia con un arca nacional con más bienes, propicia la realización del dicho “En arca abierta el justo peca”. Hay más: la persona no se desdobla, el yo es uno solo. El político corrupto, para encubrir su robo, hace del capricho su norma, al margen del bien de la sociedad, al margen de la honradez. El dinero mal adquirido puede incluso liberar al ladrón de la prisión.

¿Qué importancia tiene actualmente ser calificado como ladrón? La honra se desvanece, el dinero queda. La supresión de valores morales corrompe la autoridad, la aleja del servicio y suprime la libertad y la justicia. Suprimir los valores morales de la educación es colocar al país en un despeñadero.(O)